domingo, junio 27

Estaba aburrido hasta que me besó el alien

Sus labios púrpuras prometían
una desnudez gelatinosa,
fotos de Instagram
incapaces de alertar del peligro
de exponerme más de la cuenta
a las ventosas de su lengua,
a su tinta
devoradora.
Soy su alimento,
lo he sido por incontables meses:
anuda sus tentáculos en mi cuello
y me envía a trabajar
para ver de cerca
la putrefacción del mundo.
Una vez que haya chupado
todas mis energías,
las pocas que todavía me quedan,
seguramente partirá en su nave
y contará a sus amigas
que conoció una rara especie
en un planeta extraño
que besaba
sin ventosas.


sábado, junio 26

El futuro por la ventana

Un proyectil, o al menos eso parece por su estela. La raya negra, difuminada, atraviesa de lado a lado el marco de la ventana en un microsegundo para estrellarse en un edificio que de por sí ya estaba derruido. Las llamas se alzan aquí o allá, y apenas algunos autos voladores recogen personas varadas en los pisos superiores o en las azoteas. Como si hubiera hospitales dónde alojarlas. Autos que en cualquier momento podrían caer destrozados por los rayos de neutrinos lanzados de vez en vez por los satélites que las máquinas han reclamado como suyos.

Las máquinas, además, han conformado un ejército de humanos a los que les hackearon los pensamientos para recibir sus órdenes. O eso creemos quienes pensamos por nosotros mismos. También es posible que las obedezcan por voluntad propia. Al menos a mí me consideran necesario. No se atreverían a hacer explotar el estudio de un técnico en articulaciones robóticas animales. No porque las máquinas no puedan hacerlo, sino porque lo que yo hago es el equivalente a lo que en otros tiempos fue limpiar un retrete o dar de comer a un bebé: pérdida de tiempo.

Aunque para las máquinas el tiempo no es un valor. Su paciencia es infinita. Yo mismo, en cierto modo, soy una máquina. Y no sé si es la mejor parte de mí. Mi cerebro ha sido mejorado con millones de sinapsis automáticas. Poseo el doble de miembros que los demás humanos para cumplir con eficiencia mis tareas. A veces tengo la pesadilla de volver a ser quien era antes. Los niños, los pocos niños que existen, piensan que de pronto las máquinas tomaron el poder, pero no, fuimos nosotros quienes poco a poco les cedimos nuestra voluntad y hasta nuestros cuerpos para que experimentaran con ellos, los hicieran inmortales.

En la ventana sucia aparece mi reflejo. Bebo café de una taza de cerámica azul. Una taza creada por un sistema automático ya obsoleto en una fábrica abandonada y repleta de refugiados que desearían una muerte rápida frente a un misil perdido. Acondicioné mis implementos degustativos para que simplemente detectaran un buen café. Sin ninguno de los sabores inventados en esta época, sabores que no existen en la naturaleza. Lo rescaté de una bodega abandonada. Bebo hasta la borra, aquello que alguna vez fue líquido amargo, humeante.

Las máquinas ya solo quieren conquistar el espacio. ¿Debo recordarme a mí mismo que también soy, en cierto grado, una máquina? En realidad, estamos aburridas como la humanidad que todavía sobrevive. Sirenas, balas esporádicas o ruidos de hélices. Me pregunto si todavía hay algo de café.