A Rafa
Papá nos regaló
un teatro de cartón
con máscaras
sepia que lloran o ríen.
Representamos
las obras en la calle,
donde los
escasos autos no tienen más remedio
que rodear a los
niños que se muerden el labio.
Los pequeños se
sientan en el cemento
sin saber a
ciencia cierta lo que les espera:
fauces que gotean
rojas caperuzas, príncipes
envalentonados
por un brebaje fraudulento,
ratas de buenos
modales
persiguen sin misericordia
al flautista de
Hamelin.
Regresan con sus
madres alucinados
y, ya en casa,
los muñecos me cuentan
historias
en secreto.
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