lunes, febrero 4

Domingos

Recorríamos en bici calles empedradas,
pasábamos el río Chiquito, la unidad deportiva,
el Callejón del Diablo,
las ventanas ansiosas de tardes milagrosas,
la cuesta hacia el Templo de la Cruz.
Subíamos al vetusto molino de viento
para mirar las azoteas de los caseríos,
las hormigas con rebozo en la plaza,
la cascada de El Salto —un hilo dental en el cerro,
platicábamos del incierto futuro
antes de volver a internarnos
por desniveles y callejones que a pleno sol no parecían
contener las leyendas contadas por otros niños
en entretenidos velorios con chocolate caliente
y algunas piezas de pan.

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