sábado, enero 12

Todavía recuerdo la estatua

de Francisco Zarco a la salida de la escuela,
casi siempre con una lata de refresco colgada
de la pluma que sostenía con extraña solemnidad,
como si jugara con un balero, como si de pronto
despertara de un sueño del siglo XIX
y comenzara a mirar la tarde.

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