El ratón sale, toma por asalto la silla giratoria. Las lámparas
de neón escupen su resplandor verde sobre las computadoras y los celulares de queso blanco. Algunos
silban el himno a la alegría, hay quien ríe a carcajadas. Con todo y
sus bigotes y cola erguida, termina arrugando el semblante oficinesco como si
acabara de recibir una soberana paliza con una escoba de paja. Se refriega la
nariz en la mesa del escritorio lleno de pequeños hoyos, cala las finas uñas
en el teclado, empieza por partir un pay de queso con los dientes quebrados para celebrar el aniversario
de la máquina expendedora. Un letrero en la recepción
advierte: “Salida de emergencia”. Él recorre los blancos entre las líneas
del contrato como a un laberinto fácil de descifrar si tan siquiera le
interesara.