jueves, diciembre 27

Partogénesis

Permanecen libros que me han regalado
y no me he atrevido a expulsar de mis repisas,
con versos entusiastas y desafortunados.
El día empieza a sumergirse en la oscuridad
y ya estoy cansado de reordenar por temas,
títulos, por familias semánticas o enemistades
(divierte contraponer a un autor con su antítesis).
He experimentado una transformación:
la de quien —ingenuo— piensa que su salud vendrá
si encuentra las ideas en su lugar.

lunes, noviembre 19

Fábula del alacrán

Se había escondido en la habitación, justo en uno de los zapatos del hombre con patas de araña: al principio no sintió el pinchazo, hasta que lo vio huir por debajo de la puerta hacia el patio. Y entonces el veneno ascendió recorriendo su pata delgada como un alfiler. Trepó hasta sus ocho ojos, encendió su cerebro y le hizo rechinar la mandíbula. Un momento más tarde, se sentaron a desayunar y el alacrán, que era uno de esos pequeños y güeros, de los que dicen son los más peligrosos, le pasó la sal de mar —bien comedido— al hombre con patas de araña, quien educadamente, con una reverencia sincera, le dio las gracias y subió por la pared para mecerse en su telaraña mientras dejaba seca a una mosca verde.

miércoles, noviembre 14

Limonero

Llego al trabajo y miro las hojas verdes
del limonero en la maceta, que da frutos
jugosos pese a ser tan pequeño
en la terraza donde los empleados
comen de lunes a miércoles a las 2 pm.
Ya casi nadie se da cuenta de su existencia,
nadie presta atención a las líneas amarillas
que los gusanos han marcado en sus hojas.
Yo solo atino a robarle los limones.

lunes, noviembre 12

Quisiera ser un superhéroe

Armado con arco y flechas y encapuchado,
no errar un solo tiro al apuntar a mis enemigos,
a esos que además están dentro de mí, aguardando.
Quisiera ser un superhéroe que olvidara
algunas secuelas de equivocadas decisiones
como aquello que en la mudanza se pierde,
como si detrás de la máscara estuviera a salvo
de este sonriente rostro al que desconocidos
saludan en la calle.

domingo, septiembre 2

Realidad alterna

No puedes tomar en serio a un hombre
que escucha un zumbido todo el tiempo.
Quienes padecen tinnitus han sido acusados
de asesinar al médico que les da la noticia:
no hay quién pueda curarlos.
Nadie está a salvo de su insidia, ni siquiera
ellos mismos: una plaga serrucha sus neuronas.
Es como si tuvieran un corto circuito ad infinitum
o experimentaran un bucle de tiempo
en que explotara su cabeza sin salida.
Torpes, se tambalean en esta realidad que no puede
entrar de golpe en sus oídos.

No me invitaron a la Gran Fiesta de los Poetas

Siendo sincero, apenas soy un minúsculo poeta,
no tengo un estilo que me diferencie de la mayoría,
mis técnicas son pobres y pasadas de moda.
No incluyo efectos tecnológicos y además
suelo hablar de mí mismo, con lo que
me acusan de poeta de la experiencia, del silencio
—aunque ya no sepa qué es el silencio.
Soy un imitador de anécdotas, un usurpador
de esas pequeñas realidades que dejaría de lado
si no las describiera. No me invitaron a la fiesta,
y tienen razón: quién soy yo para aparecer
en los periódicos, si no he ganado un premio
y ni siquiera una beca. No soy de la élite
que invitan a las grandes lecturas de poesía
donde presentan a las personalidades locales
en medio de aplausos y luces y gritos de admiración.
No estoy invitado a la fiesta, así que me quedaré
a escribir poemas.

domingo, agosto 5

Metamorfosis

Me encuentro sin encontrarme en la casa de campo
de mis padres. Los sobrinos esperan a romper
la piñata de Superman repleta de Pelón Pelo Rico,
paletas De la Rosa o chocolates M&M.
Los músculos me duelen por la resaca, pero no tanto
como a Superman en cuanto desayunemos.
Pobre Superman: su tragedia nos traerá dulces a todos,
reiremos de su desgracia, nos empujaremos unos a otros
por el generoso regalo que nos ha dado al caer vencido
como un dios destazado entre muecas de felicidad
para formar parte del mundo en el bote de basura.

lunes, julio 30

Del ninguneo

Tengo la sospecha de que quien ningunea ha sido ninguneado en otras ocasiones, por lo que ha decidido ser Alguien a costa de que otros sean nadie. Ese nadie debe saber que no es un interlocutor pero sí el objeto del ataque: una sombra accidental. Ser indiferente al otro es carecer de sensibilidad hacia los demás, quizá ser distraído o carecer de interés, pero ningunear al otro no es ser indiferente a su presencia, sino que su presencia, su ser, le estorbe de tal manera al ninguneador que decida poner en blanco todo rastro de aquella personalidad para arrojarle sin más al grupo de los incapaces que molestan con su continua ansia de estar ahí.
No es que la otra persona no exista, sino que, existiendo, el ninguneador le resta la suficiente importancia como para hacerle ver que nada significa. Y no basta con que se le ignore, se le difumine o menosprecie, merece que los otros también le resten valor, le volteen la cara, sean ajenos a su molesto respirar. El ninguneador ensalza a otras personas con las que congenia, les hace saber ante quien aborrece que ellos sí son alguien, que ellos sí pertenecen a un selecto grupo social, que ellos sí tienen las cualidades necesarias para ocupar un puesto, un lugar entre sus amigos, admirados o elegidos. El ataque es oblicuo para que el ninguneado se dé por entendido, para que no responda a quien no le habla.
El ninguneo es, después de todo, una herramienta de manipulación. Su propósito: reafirmarse a costa del otro. Si bien conlleva una tragedia para el ninguneador, ya que tanto necesita ningunear al otro que termina por —paradójicamente— visibilizarlo (no hay mayor afirmación de la existencia del otro que el ninguneo que se le practica). Los ninguneados son piedras en el camino que el ninguneador usa a modo; lo importante es el camino que hace con ellas. Deben saberse piedras, meras piedras que no merecen ser consideradas sino como tales. Por ello les da la espalda, no están invitados a la fiesta. Lo más probable es que el ninguneador haya hecho un descubrimiento: el ninguneado pone en riesgo la imagen que tiene de sí mismo. Ante esta desagradable evidencia, practica con cierto regusto una y otra vez la humillación para que los mismos ninguneados, los borroneados, se retiren sin que en adelante haya que enfatizarlo. Será necesario que se les ningunee reiteradamente, hasta que aprendan a difuminarse, desconcertados: fuera del concierto armonioso de los hechos en que sobran, son desechos. ¿Qué necesidad tienen de que se les dé la espalda una y otra vez, de que se los haga a un lado con el codo para marginarlos en la foto? ¿Es que no han aprendido a desaparecer? Piensa el ninguneador: “Vomito el significado de aquellos a quienes ninguneo, un significado que me agrede por solo existir, porque me caen mal, porque alguna vez recibí de ellos algún desprecio o indiferencia —real o ficticia—, porque son buenos en algo o porque se me da la gana y ya, porque yo solo me trato con gente a mi modo, con quienes saben vivir la vida como yo, no con esos que son mero estorbo”.
Ritual social, es el ninguneo una afrenta al otro, a ese otro del que se abomina. El truco está en que sea consciente de qué tanto es nada. El ninguneo tiene que ver con que esos nadie sepan que no deben apartar un sitio en la mesa, no deben ocupar un puesto en el trabajo, es imposible que alguien sea capaz de darles un lugar a menos de que sea otro nadie, otro más que se le una para poderlos ningunear en conjunto, hacerles ver la nada que son, que deben sentirse, los nadie cuya existencia inexplicable el ninguneador aborrece porque en ellos proyecta su propia nada, la nada que cada uno terminamos por ser en este mundo que sigue una trayectoria indiferente.

domingo, julio 29

Nadie, ninguno

Soy nadie, ninguno.
Bebo mi café de nadie,
le echo azúcar o nada,
escribo palabras fantasma.
Este aire es nada.
Los autos pasan,
risas, reflejos.
Ninguno
escucha.
No hablo siquiera
porque no hablo para nadie.
Soy nada en este desfile de locos,
gente de verdad.

miércoles, junio 6

Escondite

El ratón sale, toma por asalto la silla giratoria. Las lámparas de neón escupen su resplandor verde sobre las computadoras y los celulares de queso blanco. Algunos silban el himno a la alegría, hay quien ríe a carcajadas. Con todo y sus bigotes y cola erguida, termina arrugando el semblante oficinesco como si acabara de recibir una soberana paliza con una escoba de paja. Se refriega la nariz en la mesa del escritorio lleno de pequeños hoyos, cala las finas uñas en el teclado, empieza por partir un pay de queso con los dientes quebrados para celebrar el aniversario de la máquina expendedora. Un letrero en la recepción advierte: “Salida de emergencia”. Él recorre los blancos entre las líneas del contrato como a un laberinto fácil de descifrar si tan siquiera le interesara.

sábado, mayo 26

Aire

Me ahoga, me aprieta con su puño rabioso
debajo de las costillas hasta que casi exploto,
pero no lo hago porque al final surge la esperanza,
ese sentimiento que no deja a las cosas ser,
abandonarse a su suerte.
No sé ya qué espero, si espero,
ni por qué esta caminata a ciegas
no termina.

domingo, mayo 20

Los elogios

Un soberano estorbo cuando quien te los regala ni siquiera conoce el producto, el objeto, la cosa por la cual te elogia. Suelen ser vacuos, meros instrumentos de halago que te vuelven débil, discordante, empalagado. Vomito los elogios falsos, aquellos faltos de realidad. Te cubren de una ficción con fines prácticos: usar tu debilidad para que les permitas hacer lo que desean, para que tengas hacia ellos la actitud adecuada, para qué soy bueno, en qué puedo ayudarte. El elogio es perverso cuando viene de una voluntad de control. Quizá sepas que lo que dicen es equívoco, pero de todas maneras decides corresponder con una sonrisa húmeda de satisfacción, sentirte halagado por un hecho que no puedes comprobar, que no descubre tu naturaleza. Bastardo, infeliz, si el elogio es algo benéfico que ahora manchas con tu incrédula lengua: un ungüento de savia emocional en el alma ávida, herida.

Considerado

Una raqueta para matar mosquitos
reposa inerte sobre la cama.
Ya me han picado dos
y no quiero electrocutarlos,
ni a los que vienen.
No, porque su vida es corta,
porque mi sangre
está en ellos
y ahora viaja.

Aburrido

Aburrido como una colmena sin zumbidos,
un cocodrilo de zoológico,
una mosca en un laboratorio aséptico.

Aburrido como un té de bolsita,
un ventilador de aspas inmóviles,
como el foquito rojo
de la televisión.

Aburrido como un gato privado de su cucaracha,
una Coca al tiempo sobre
la mesa de la cocina.

Aburrido como quien ha vuelto de un viaje largo
y todavía no lo sabe.

domingo, abril 29

Mira desde la ventana del departamento donde alguna vez vivió

Cuenta los racimos de polvo que aquí lo han traído, las sombras de faroles rotos, paredes descascaradas, canceles moribundos. Un euro que encontró sin gastar para que fuera su moneda de la suerte, un pájaro amarillo al que debe visitar para abrir su jaula sin dejarlo escapar, un gato negro que se le repega al pantalón mientras él mira por la ventana el vencido reflejo del sol en el edificio de enfrente, los hoteles que no supo habitar ni a la distancia, los autos tranquilos.

N 29 04 18

*

jueves, abril 5

La felicidad

es caprichosa como fruta fuera de temporada,
aparece sin aviso, cae, la levantas y te das cuenta
de que los gusanos la descubrieron antes que tú,
la tiras y toda una población de insectos
acaba con ella. Es una fórmula gratuita,
algo así como una camisa que te viene
luego de mucho tiempo abandonada.

domingo, marzo 11

Showboss

El jefe baja desde las alturas envuelto en un aire
benévolo, la lustrosa sonrisa pegada a su cara
dirige las miradas hacia su silueta deslumbrante.
La escalera parece estar hecha de mullidos cojines
donde se asientan sus delicados pies, determinados
a cumplir la misión en esta sala de juntas donde
le acercan una silla, le dan galletas bajas en calorías,
le sirven refresco de cola, callan si alguien más llamó
su atención en este barullo de palabras que no dicen
lo que pretenden decir. Cada quien cree llevar agua
a su molino, cada quien tiene una orden por firmar,
un resultado por presumir mostrando los dientes
aquiescentes. Lo que él promete se cumple, es algo
como la voz cantante en un concierto de ópera bufa
hasta que irrumpe un tiple agudo que a todos cuadra:
es de su jefe, pues todo jefe tiene otro jefe
y el que no piensa nunca se equivoca.

sábado, marzo 10

Esta habitación fue mía

Mi mente está en otro lado, un puente
y de pronto me hallo en este cuarto
con imágenes que no me pertenecen.
El espejo deforme, la ventana abierta:
un mirlo desciende y da pasitos en el patio
hacia el bote de basura.
Música de corrido, agua
cae a los tinacos.
Aunque esta habitación haya sido mía
no encuentro al niño que aquí deambulaba,
atento
al fuego.


martes, marzo 6

Cubo

Este cuarto sin salida, armado para atrapar
como se atrapa a los puercos salvajes, cerrando
poco a poco sus alternativas con bardas que los aprisionan
en tanto siguen tragando como puercos y pensando como
puercos insaciables con el hocico hozando en el fango
y otra barda más es puesta lentamente, el aire
sarcástico no omite burlas y les ponen otra pared
hasta que deambulan habituados al encierro, así husmeo
pequeñas ideas rotas, basura, ropa tirada, una bandera
detrás de la puerta, un blanco con dardos de dos países
que no son el mío y la noche cerca hoy, mañana también,
hasta que me acostumbro a no ver ni el patio.

domingo, marzo 4

Noventa, diez

Allá van los pensamientos lúcidos, las esquinas
vividas, las miradas llenas de autos y de sol.
Allá van, sobre puentes de metal
donde muchos han soñado con arrojarse al flujo
del tránsito, al embotellamiento
(a punto de ser atropellada, una ciclista se salva
por un meñique, sonríe a la niña que le mira
desde el asiento trasero del auto
que su padre acelera).
La boca reseca es un símbolo de nada.
El otro día mis sobrinas contaban los noventa vagones
de un tren con diez locomotoras, pero en esta ciudad
nadie cuenta con nadie.




sábado, marzo 3

Carné de identidad

He olvidado casi cualquier cosa, quizá
todos sepan mi nombre verdadero,
perdido en mi propio ruido, en los
de la ciudad, un silencio vergonzoso
en este cubo donde transcurre el sueño
y los pensamientos hallan apenas hilación.
Los labios resecos y desencantados, la espina dorsal
encajada en el mundo como una flecha puntiaguda
con el blanco errado.

sábado, febrero 24

Vivencias

No he podido detenerme a pensar realmente dónde estoy parado, a qué demonios les debo estar aquí, ahuyentando los buenos deseos y los no tan buenos, los drásticamente malos no en un sentido moral, sino lógico. Pensamientos que no terminan por concretarse, asirse a la memoria, como si la memoria, esa colección de recuerdos falseados, significara algo. Como si el significado de verdad tuviera importancia en este transcurrir los segundos que llamamos desperdicio. Estoy recostado en la cama, escribo en mi iPad mientras miro mis pies uno recostado en el otro. Son grandes, las venas los circulan de extremo a extremo. No sé qué haría sin ellos. Vi el video de un niño pequeño que comía con los pies, quizá sorprendido de ser filmado en un acto tan natural. Tomaba la cuchara entre los dedos gordo y anular para echarse el bocado. Me pregunto si se chuparía los pies luego de darse gusto. Ese acto por sí mismo nos puede parecer repulsivo, pero a él, que solo tiene pies y no manos, seguro le resulta natural. Los pies le son útiles doblemente, exponencialmente. También recuerdo a una chica que apareció en las páginas del Reader’s Digest: un tiburón le dejó sin brazos mientras surfeaba en una playa de California, una chica heroica -como todos de quienes hablan en esta publicación- que fue capaz de levantarse tras esa desgraciada ola de acontecimientos que sucedieron a la pérdida de sus brazos para situarse al volante de su camioneta van en la que iba por los niños a la escuela. Pero yo tengo pies y brazos y nada de heroicidad. Estos pies sienten placer ante el clima cálido y también con el frío, descansan cuando les doy un pequeño masaje y son agradecidos al momento en que los desalojo de zapatos. Así, estáticos, encuentran su lugar en el pequeño mundo circundado por estas seis paredes cúbicas. Son incapaces de tomar una cuchara o un tenedor entre sus dedos. Y si tuvieran que hacerlo en caso de que mis brazos fueran abducidos por extraterrestres ávidos de experimentar con piezas humanas, mirarían con envidia al niño y a la chica sin brazos que han seguido con ilusión el transcurso de sus vidas, si hacemos caso al Reader’s Digest y a los videos más vistos de Youtube en marzo del 2018. Tanto tiempo ha pasado y no soy el mismo de hace diez, catorce, veintiún años. Pero qué son esos recuerdos sino alfileres, punzadas que desatan cierta nostalgia por sucesos quie quizá no fueron como los recuerdo. ¿Por qué en muchos de mis recuerdos aparezco de cuerpo entero, me miro el rostro, si en la realidad apenas si veo mis brazos, m torso y mis pies a cierta distancia? Alrededor de mí, los libros apilados, desordenados, una multitud imposible de asir en lo individual ahora que el tiempo se ha vuelto objeto de primera necesidad. Todos estos libros cabrían sin dificultad en mi Kindle. Ahí quisiera meter también los recuerdos que lastiman, aquellos que en su momento fueron materia de presente, atención, experiencia sensorial. El hecho es que estoy rodeado de pensamientos de otros, pero primordialmente de palabras vivas de personas en su mayoría muertas. Y los muertos son buena compañía, uno a uno. También sería útil tirar libros pésimos a la basura. No comprendo por qué me he armado con ellos de mudanza en mudanza. No solo despojaron a un árbol, además invaden espacios de mis libreros, y me dan vergüenza. Muchos regalados, presentes sin presente ni futuro. Tiliches, desperdicios. Como las películas que compramos y jamás volvemos a ver. Es todo una acumulación de objetos que nos desprenden de la situación biológica de ser cuerpos sangrientos y pulsantes. Como si importara la cantidad de libros leídos o su simple presencia nos hiciera vivir de nuevo a través no solo de la memoria, también de su distorsión, su evocar imaginarios. Un poco de eso hay: vivencias recreadas, rearmadas a conveniencia.

N 24 02 18

*

sábado, febrero 17

Sexto día

Nada relevante este sábado a punto de caer.
El polvo en la lámpara, el clóset abierto,
el librero atascado de páginas sin leer,
signos extraviados.
La bandera tras la puerta, la puerta
ni cerrada ni abierta.

miércoles, febrero 14

Pretexto

Quizá mi lugar en el mundo sea escuchar

hendirse las teclas lentas o rápidas

con esta tipografía Calibri Regular 11.
Los autos en la calle, las vibraciones del piso,

un claxon agudo, la serie de detectives

en la habitación de al lado.


sábado, febrero 10

Práctica del tango

El profesor me hizo bailar con una escoba, luego con dos que simulaban la posición correcta de este baile donde el torso ha de permanecer fijo, inalterable. Los brazos me dolieron el primer día. Mi compañera de baile improvisada, la de carne y hueso, suele adelantarse en los pasos, es mucho más principiante que yo. Lo hace porque no soporta la idea de que un hombre la dirija, ella debe estar en control. Pero nadie está en control de nada en la vida. Ni yo con dos escobas en las manos que saben seguir indicaciones.

M 10 02 18

*

sábado, febrero 3

Soy adicto a los diccionarios

Me da pena decirlo en público desde que en una ocasión –ah, los tiempos de la preparatoria– la novia de un amigo se escandalizó ante mi entusiasmo por abrir el libro y buscar palabras con gesto de satisfacción mientras descansábamos sobre el pasto húmedo en el Parque de las Estrellas. Nunca más volví a mostrarle a nadie mi mal hábito, y cada vez que tenía la necesidad vehemente de sacar de su escondite mi Larousse ilustrado de pastas azules, volteaba en todas direcciones para cerciorarme de que nadie era testigo de cómo recorría la yema del índice por entre la traslúcida página de arroz para hallar, por ejemplo, la palabra bifurcado. Esta palabra fue una herencia directa de El jardín de los senderos… de Borges. Es más, acuso a Borges de ser el culpable, el verdadero, de esa manía que no he podido erradicar ni aunque haya conseguido ser aceptado en este grupo de Adictos al Diccionario. Sé que algunos de ustedes suelen indagar vocablos de corte científico como corolario, segmentación o fisionomía. Otros se embelesan con tocino, almendra, alcachofa. A mí me apasionan aquellos que nunca antes he escuchado ni leído y considero un reto menor, si bien no por ello menos valioso, pronunciarlos frente a los niños esperando que no lo perciban sino como juego, que mi charla sea producto de la naturalidad y el desparpajo. Desparpajo es una de mis palabras predilectas. También predilectas. Y a rajatabla. Otras que no me dejan dormir desde hace años de solo repetírmelas y saborear su efecto evanescente han sido devenir y cohabitar. No habitar, sino cohabitar. Incluso escribí un poema en el MS-DOS de mi computadora 286 con esa palabreja: “al amanecer ellos cohabitan sus recuerdos”. Entonces todavía admiraba la rancia belleza de la poesía y hasta me obsesionaba con la musiquita interna que despierta la psique cuando proliferan los ritmos y las vibraciones de las cuerdas vocales al decir, pronunciar, poner en entredicho ciertas sonoridades. Eso ya carece de interés para mí. La poesía va y viene, pero las palabras… el Larousse azul de más de mil seiscientas páginas y términos en múltiples e insuficientes géneros y modalidades ocupa un lugar de mayor categoría en mi librero que la Biblia, el objeto de culto que en la familia recibe a diario las cálidas caricias de una veladora y la devota custodia de imágenes cándidas. Si lo supieran los maristas con los que estudié, alzarían el grito al cielo. Cielos... recuerdo otro de mis desaciertos vitales, consecuencia de los malhadados concursos de la secundaria: la ortografía. Qué angustia esperar año con año el veredicto de una academia colonialista y monárquica, aun y cuando me declaro ferviente demócrata, seguidor del revolucionario Sarmiento en cuanto a libertades del lenguaje, mientras abomino del pesado Bello que tanta desavenencia ha causado con su ortodoxia (una palabra en serio que ortopédica) a nuestra sintaxis. Pero he tomado fuerzas de la debilidad y la vergüenza para hablarles a ustedes por primera vez en décadas de la perniciosa costumbre que aqueja a cuantos nos hemos reunido después de tantas horas y días de ansiedad. Lo repito sin ambajes: soy adicto a leer palabras en el diccionario, al olor de su tinta impregnada en el papel e incluso a las serifas o palos secos de su tipografía, y se me llena de sangre el corazón cuando recorro los fonemas silabeando al derecho y al revés con lentitud de ánfora o de babosa o de nube o de burócrata sus texturas microscópicas. Por cierto, ya que algunos de entre nosotros han compartido generosos sus propios y perversos giros de la lengua, no veo por qué ocultarles que de vez en cuando, de adolescente, hojeaba furtivo la Biblia para detenerme ante el hallazgo: sustantivos excéntricos, presas fáciles para el diccionario. Nefilim, jeremiadas, fariseos. Nada como paladear, conjeturar con sus imposibles desinencias (otra palabra sugestiva, tanto como la palabra sugestiva). Lo digo en confianza. Imagino que en este momento quisieran consultar su María Moliner, su Clave o incluso su Wordreference en el celular. Quizá no se atrevan porque estamos aquí para sanar nuestra enfermedad. Pero créanme cuando les advierto de esas finas modulaciones de significado que distinguen a ciertas palabras subversivas, como acechar y asechar. Se sonríen, lo sé, porque comprenden de qué les hablo.