corta un pastel y
se guarda la fresa
para después o nunca.
Alguien cosecha piedras
y arma un rompecabezas bajo
el guayabo. Alguien
ordeña diálogos
afilados para su novela aplanadora.
Alguien bosteza sobre
la página blanca mientras se alisa
el cabello y las
sombras chinescas burbujean en el techo
como un corto
circuito. Alguien deja caer su casa
sobre el zapato de un
despistado —sin pistas, claro está—,
alguien viste de
amarillo y corretea polvo en el jardín.
Alguien hace cuentas al
aire y se mete las manos
a los bolsillos para buscar
un rostro o una cicatriz, alguien
estudia la gramática del
verano y bucea entre las nubes
de su cerebro para llegar
al fondo de todo esto.