viernes, diciembre 8

Las mujeres que me han abandonado

ahora son directoras de teatro, madres
de gemelos rubios, estudian becadas
en el extranjero, van a Chapala con su familia
una vez al mes, viajan por Europa y
hasta son voluntarias en Nigeria, odian
a los hombres como yo, coleccionan gatos,
corren cada mañana entre edificios derruidos,
escriben cuentos de ciencia ficción ambientados
en Guadalajara, hacen memes, van a cursos
de cocina vegana, leen novelas de rumanos
mientras andan en bicicleta, se besan
con otras mujeres, se emborrachan
por otros hombres, se casan con chilenos en yates
de Valparaíso, huyen con argentinos de provincia
y hasta con ecuatorianos locos, son grandes amigas
de mis amigos, aprenden inglés para subir de puesto,
hacen dieta, aprenden francés, se hacen las que no
me conocen, me abrazan en los largos pasillos
de la nostalgia, dan lecturas en mi contra, me dedican
poemas de terror, poemas macilentos, eso dicen.


domingo, noviembre 26

Sin orden aparente

Estos hombros en diagonal, como una balanza mal calibrada. No he escrito en mucho tiempo, las palabras están amontonadas dentro de mi cuerpo e impiden la circulación de sustancias entre los tejidos. La respiración bloqueada; los músculos, de por sí poco elásticos y renuentes al movimiento, no hallan espacio para echarse a dormir, infestados de fragmentos de pesadillas, pensamientos al borde de la crisis, rabietas, raptos de esquizofrenia, larvas en aquellas palabras que no lograron gestarse y permanecieron en un punto muerto. Pus. No sé, tal vez este zumbido ronco, esta agudeza, este chirrido exasperante al interior de mi cráneo se deba al montón de palabras echadas una sobre otra sin orden siquiera aparente. Ha de ser el ruido de todo lo que estuvo a punto de... ideas fallidas o nunca expresadas, referencias enquistadas en las cuerdas vocales, aire coagulado en las arterias sin poder proferirse, tomar voz, hacerse cargo de un trozo de ficción. Estoy enfrascado: palabras fracturadas, semas, morfemas, lexemas, sinalefas, puntos y coma embodegados, saturando las venas y los nervios, nublando la vista, echando sus pestes y sus nada deplorables maldiciones...

M 26 11 17

*

miércoles, septiembre 27

Vacío y dedo anular

Este nervio de mi dedo, esta punta de mi dedo ya no existe, o a medias, o está en coma porque no la siento, no cohabita con los otros dedos, ni se suma al equipo. Necesito un dedo para completar y jugar el partido, que a nada asciende entre mesas blancas como lápidas de cementerio en un campo militar, una película de domingo. Estoy mutilado sin mi dedo, su pequeño borde que no sabía importaba tanto y tanto en el día de hoy que fue el de ayer y será el de mañana. Romperé mi cráneo contra el humo de la conversación anterior donde el aire me anulaba, pero el humo llena de sentido lo que no alcanzo a sentir con la punta de mi dedo. El humo es otra noción del ruido que cimbra mis tímpanos, música para desplazar estos pensamientos que son vacío y vacían el cerebro y la piel sin altibajos ni sombreros. Estoy al borde de otro vacío y no importa.

M 27 09 17

*

domingo, septiembre 3

Ritmo

No es un silencio habitual, sino una corriente
de ruido blando, una mancha de ruido que todo
lo va conquistando: la puerta abierta, las ventanas
embarradas de sol, los cables al descubierto en la
recámara de las elucidaciones empalmadas.
No hay camino en una cama desatendida, no hay
soliloquios ni soledad ni apariencias, solo un cuerpo
emparedado, enfrascado en una serie de naderías,
sucesiones de la conciencia, mientras los objetos
desean su ritmo propio.

jueves, agosto 10

Arcoíris

Viene a encorvarse detrás de los cables de la luz,
a mostrar sus enredados colores y su ensalivada
promesa de tesoros. Un símbolo abyecto, voluble,
una carga para la mente, que ni empieza ni termina
en esta tarde difusa.


viernes, agosto 4

Una princesa improvisada con olor a chicle de menta pierde sus llaves

A Michelle

Ya no camino por la línea amarilla, se borra de a ratos,
no hay salida que salve ni paredes donde reventar la cabeza
de salva. Tengo estrellas de papel plateado pegadas a los dientes.
La esquina perforada, el whisky, el olor del dinero, un pez boquiabierto
muerde el sol. Ultimada-mente perder es un concepto inofensivo:
tocar madera con uñas largas como tenedores. Estoy ataviada de dulces,
de unicornios lila y vías de trolebús contagiado de peste bubónica
o histriónica –sigue a través de remolinos color verde y hasta parece
un tren descarrilado dando coletazos a los autos con ojos amarillos.
Los que rondan mi nuevo escritorio dan suaves pasos de cerámica
y yo escribo jingles desde que abandoné las trenzas con que unía
ideas y objetos como una mariposa a una llanta con clavo,
un estornudo a la sonrisa de un cocodrilo, y pasé de mi etapa
rosa a una con amigos que solo intentan mirarse su propia lengua,
como aquel que habla por teléfono usando su zapato y que casi
ahoga a otro de mano transparente al arrebatarle su salvavidas
para clavarse medio cuerpo en el agua de la alberca y pronunciar
la palabra cosa, COSA, COSA, COSA. Siempre he creído
en los extraterrestres, ¿no lo somos cada que flotamos
en el aire como si fuera agua? Con la salvedad de que si atisbáramos
mariposas plateadas con los pies un par de centímetros sobre el nivel
del suelo –extraterrestres–, colgaríamos del polvo
a contraluz e ignoramos cuándo pueda hacer una mala jugada
como ahogarnos con el cordón del teléfono público,
y no es que perdamos en la desesperación escamas inservibles
y no nademos más en momentos cruciales como este en que vierto
pensamientos al aire, en el filo del agua. Ahora llega mi etapa lila,
mis amigos se han convertido a la secta de las medusas y no sé
si en ese estado respondan preguntas con sílabas eléctricas
o pequeños cortos circuitos que se puedan confundir
con los que propinan en centros de rehabilitación cerebral y para qué
le buscamos si yo estoy en mis cabales entrando y saliendo
por los agujeros de gusano en mi hombro, ¿habrán pasado por aquí
un par de ciempiés? Menos mal que saldré de viaje y estos hoyitos siderales
se me olvidarán si no se cuelan moscas y si no las persigue con pésimos
modales el sapo ilustrado, estoy absorta pero no sé o no quiero saber
qué eso significa, si es que tuviera que definirlo, pero nada a fuerzas,
así que oigo bonito la palabra ilustrar, mi etapa lila me hace cosquillas,
es veneno que escarbó mi piel y me dio fiebre y me cambió una bujía,
si hasta veo a través de ojos de vidrio soplado
y entonces caí por un agujero atrapada por la lengua de un sapo radiactivo
y anduve por la calle conociendo gente morada y persiguiéndome a mí misma
en el pasado, ¿o no les ha ocurrido nunca a ustedes?



lunes, julio 31

Alguien

corta un pastel y se guarda la fresa
para después o nunca. Alguien cosecha piedras
y arma un rompecabezas bajo el guayabo. Alguien
ordeña diálogos afilados para su novela aplanadora.
Alguien bosteza sobre la página blanca mientras se alisa
el cabello y las sombras chinescas burbujean en el techo
como un corto circuito. Alguien deja caer su casa
sobre el zapato de un despistado —sin pistas, claro está—,
alguien viste de amarillo y corretea polvo en el jardín.
Alguien hace cuentas al aire y se mete las manos
a los bolsillos para buscar un rostro o una cicatriz, alguien
estudia la gramática del verano y bucea entre las nubes
de su cerebro para llegar al fondo de todo esto.


sábado, julio 22

Karaoke

El día carraspea  al son del tango
que guiaré en unas horas de algodón
crudo y amarillento. Verifico la hora,
la rosa que sopla en dirección contraria
a los eventos recientes: el calor de
la música, la puerta pegada por el óxido,
la sábana blanca amortizada y con una carta
fría, los pies descalzados de lluvia.
Me rompí queriendo evitar
el ácido.

martes, julio 18

Hablo con Dios

regularmente, abriendo y cerrando puertas por las
que no sé si entro o salgo, le hablo y a veces solo
responde sílabas insignificantes, trozos de paisaje,
charcos apestosos, aves muertas sin posibilidades.

Notoriamente

He sido creado tan imperfecto
para que nadie piense de mí lo mejor,
que se alegre
de que siempre hay alguien peor.

martes, julio 4

Final fingido


Hace un momento, mientras veía la TV, se desmoronaba el mundo. Ahora el reflejo de mis libros en la ventana se mezcla con la palma seca del patio y los ladrillos color naranja al fondo. De reojo, divisaba el azul intenso y recordaba a mi amigo fulminado. No quiero escribir como un muerto, aunque lo esté. Y no puedo dejar de escribir aunque sea un insecto. El rectángulo de la ventana está enmarcado por la cortina raída, gris y térmica. Balbuceo los golpes que recibí hace dos días contra el piso de cemento resbaladizo, cuando me dirigía a por dinero. Caí de bruces en la avenida más transitada de la ciudad, y no me levanté hasta que decidí abandonar el dolor en los huesos: trozo de carne desarticulado, me arrastré para salir del tráfico inmóvil. Sin embargo no deseo ser realista, ni tampoco dramatizar y mucho menos escenificar mi caída, esta en particular. Se hizo de noche, lo fui observando con el filo del ojo, en tanto otros muertos aparecían en el rectángulo de la pantalla, atrapados en su encuadre.