Todos
los días lo mismo. Las calles quebradas, el edificio que has
visto alzarse desde sus cimientos, cuando las grúas eran apenas un destello
contra el sol sobre una estructura gris. Vas y miras autos apostados en la
banqueta de López Mateos: algunos que no esperan y están a punto de
sacrificarte por pasar la
calle y estorbarles en su fuga. Vas, caminas aprisa por llegar temprano a
firmar tu llegada en la oficina. Hoy tomaste dos rutas para asegurarte una mañana sin disturbios. El cielo empieza a ser un lujo en esta ciudad
que sabe cómo destruirse.
N 02 11 16
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