Rumias horas con paciencia de mantis. Libros apilados, música de las cosas impregna el aire con su humedad.
M 18 09 16
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domingo, septiembre 18
sábado, septiembre 17
Anatomía del patio
Una palma rasga el aire. La tentación es una
metáfora: no construiré a partir de ella. Pero ¿y la mariposa
amarilla que de pronto aparece, enredada entre palabras?
M 17 09 16
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M 17 09 16
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domingo, septiembre 11
Juego desastroso
Divirtámonos, al fin que para eso hemos
caído
en esta cloaca, entre neuronas
envejecidas
y gelatinosas. Es este el gran teatro
del que hablé
hace unos días, cuando no te habían
enchuecado
la nariz en el baloncesto. Allí, de pie
en el lugar
oportuno, esperabas la noticia que te
pegó
con fuerza. Así es la realidad, pero en
realidad
así es la mala suerte. La tuya se ha
prolongado por años
y quizá naciste con ella embarrada en
la piel, una mucosa
que te dejó la impronta. Te preguntas
si haber nacido
fue una solución: tu mala suerte fue la
buena
de algunos que conociste, el equilibrio
para aquellos que tomaron lo que
llegaste a perder,
que poco no ha sido, que al parecer
nunca es suficiente,
Etrusco. No hay salvavidas
reconocible en el aire
que te rodea: la nube del desastre te
sigue
a donde corras, como en una caricatura
Acme.
Aunque frunzas el ceño, te has
convertido en un señuelo
dentro de la jaula de tu habitación, de
la que no sales
siquiera a pesar de ti mismo, los
zancudos te hallan
atractivo y pierdes gotitas de sangre
entre la picazón,
los desvelos pensando en el no futuro,
el no lugar
y el no ser más que la almohada sobre
tu cama,
el reflejo en la ventana que da al
patio, la televisión
apagada y sin reflejos. Es tu espacio
el que limita
las fronteras de tu cerebelo, tu
lenguaje hecho
de pedacitos de palabras que has
juntado
en la calle, palabras que alguien
perdió
o ya no necesita. El cansancio es una
plaga
que duerme en tu cuello, en tus ojos
que rebotan
como pelotitas de hule de un lado al
otro
del corredor. Un foco temeroso, los
libros
en desorden, la tiranía que serrucha
tus tímpanos a una hora cualquiera. El
día
apenas comienza entre las espinas de la
palma
amarrada en el patio, junto al bonsái
que milagrosamente no se ha secado,
en la maceta sin una planta, el muro
de ladrillos con la
sombra a cuestas. Y sales,
te recuestas en la
azotea roja esperando vencer
algo más que
el cansancio: nubes intermitentes,
perros samuráis, dragones en zapatillas te retan y tú dejas
caer los párpados
como un cerillo apagado
en los restos de una botella.