Mi
abuelito Fortunato las mata con una liga:
apunta y
las alas quedan libres, van cayendo
mientras
una pequeña mancha roja
se
imprime rauda en la pared.
Parece
admirar a detalle el milagro de su vuelo:
las
examina y, como aquel que ama la precisión,
desbarata
todo rastro de vida en ellas.
Mi primo
Alfonso hizo una larga lista de las formas
en
que ha sido capaz de atraparlas:
utiliza
cada recurso a su alcance, no deja morir
ninguna
idea.
Solo es
la excepción este indeciso lunar negro
que se pasea
como retándole –ahora duerme–
por la
blanca manga de su camisa.