Una
pick-up blanca se detiene a mis espaldas.
Sin
pensarlo, volteo ingenuamente
hacia
el copiloto que empuña, medio escondido,
un
cuerno de chivo. O al menos eso creo que es
esa
imponente arma negra y con mira, reluciente.
Los
vidrios polarizados intentan ocultar
algunas
personas inquietas en la cabina trasera.
Al
sentir que una de ellas me regresa la mirada,
lento
bajo los ojos como distraído hacia el piso
y
sigo esperando la ruta que me lleve a casa.
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