viernes, diciembre 9

Una línea continua en el espacio

Me había propuesto no volver a escribir un poema hasta que transformara mi visión de las cosas. Estaba harto de repeticiones: malos consejos, dramas que me imposibilitaban nuevas temáticas. Más todavía porque en algún momento me decidí a tomar elementos objetivos de la vida diaria. Mala decisión. Abandoné la metáfora: por un periodo estuvo bien. Pero no me satisface restringirme, no me satisface casi nada en la vida, mucho menos la perspectiva optimista que intenté encontrar en alguna recóndita esquina de mi pésima conciencia. Escribir un poema no es colocar palabras a mi antojo --¿o sí? Algo de mí se expresa para poder acomodar objetos empolvados en un sitio diferente al que estaban: no el correcto, no en orden jerárquico, no el que otros esperan. He llegado a una edad mental en que no estoy dispuesto a ceder ante el espejo. No: ni aunque la verdad grite que todo está bien, que la vida no tiene fin.

N 09 12 16

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lunes, noviembre 7

Casas vecinas

Apenas si he visto dos o tres veces
a mis vecinos de al lado.
Ignoro cuántos son, no siempre
aparecen las mismas caras.
Si estudiantes o una familia.
Ayer un hipster de espléndida barba
insistente nos miró desde su cochera
—a mis hermanos, a mí—
y de pronto fue engullido
por la puerta hambrienta de su casa.
Esa misma que, solitaria e inundada,
un día lloró de agotamiento
a través de los muros.
Salté a la azotea, desahogué su canal
de tierra y hojas secas —aunque
el daño ya estaba hecho.

miércoles, noviembre 2

Camino a la oficina

Todos los días lo mismo. Las calles quebradas, el edificio que has visto alzarse desde sus cimientos, cuando las grúas eran apenas un destello contra el sol sobre una estructura gris. Vas y miras autos apostados en la banqueta de López Mateos: algunos que no esperan y están a punto de sacrificarte por pasar la calle y estorbarles en su fuga. Vas, caminas aprisa por llegar temprano a firmar tu llegada en la oficina. Hoy tomaste dos rutas para asegurarte una mañana sin disturbios. El cielo empieza a ser un lujo en esta ciudad que sabe cómo destruirse.

N 02 11 16

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martes, octubre 11

Escuchaba a Bob Dylan

Son las 3:21 pm y eres medianamente feliz;
el cielo ha estado azul granate, ayer igual.
Piensas en ella que piensa en ti como en un sobreviviente:
a ella, a ti, a la Isla Navidad donde se hundieron.
Y no hay sino nubes en trocitos, técnicamente
un cielo de azoteas desamparadas, cables telefónicos
y cierta melancolía de polvo se percibe.
Mientas tanto, la armónica en tus audífonos
hace lo posible por ganar protagonismo.

domingo, septiembre 18

Al vilo

Rumias horas con paciencia de mantisLibros apilados, música de las cosas impregna el aire con su humedad.

M 18 09 16

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sábado, septiembre 17

Anatomía del patio


Una palma rasga el aire. La tentación es una metáfora: no construiré a partir de ella. Pero ¿y la mariposa amarilla que de pronto aparece, enredada entre palabras?

M 17 09 16

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domingo, septiembre 11

Juego desastroso

Divirtámonos, al fin que para eso hemos caído
en esta cloaca, entre neuronas envejecidas
y gelatinosas. Es este el gran teatro del que hablé
hace unos días, cuando no te habían enchuecado
la nariz en el baloncesto. Allí, de pie en el lugar
oportuno, esperabas la noticia que te pegó
con fuerza. Así es la realidad, pero en realidad
así es la mala suerte. La tuya se ha prolongado por años
y quizá naciste con ella embarrada en la piel, una mucosa
que te dejó la impronta. Te preguntas si haber nacido
fue una solución: tu mala suerte fue la buena
de algunos que conociste, el equilibrio
para aquellos que tomaron lo que llegaste a perder,
que poco no ha sido, que al parecer nunca es suficiente,
Etrusco. No hay salvavidas reconocible en el aire
que te rodea: la nube del desastre te sigue
a donde corras, como en una caricatura Acme.
Aunque frunzas el ceño, te has convertido en un señuelo
dentro de la jaula de tu habitación, de la que no sales
siquiera a pesar de ti mismo, los zancudos te hallan
atractivo y pierdes gotitas de sangre entre la picazón,
los desvelos pensando en el no futuro, el no lugar
y el no ser más que la almohada sobre tu cama,
el reflejo en la ventana que da al patio, la televisión
apagada y sin reflejos. Es tu espacio el que limita
las fronteras de tu cerebelo, tu lenguaje hecho
de pedacitos de palabras que has juntado
en la calle, palabras que alguien perdió
o ya no necesita. El cansancio es una plaga
que duerme en tu cuello, en tus ojos que rebotan
como pelotitas de hule de un lado al otro
del corredor. Un foco temeroso, los libros
en desorden, la tiranía que serrucha
tus tímpanos a una hora cualquiera. El día
apenas comienza entre las espinas de la palma
amarrada en el patio, junto al bonsái
que milagrosamente no se ha secado,
en la maceta sin una planta, el muro
de ladrillos con la sombra a cuestas. Y sales,
te recuestas en la azotea roja esperando vencer
algo más que el cansancio: nubes intermitentes,
perros samuráis, dragones en zapatillas te retan y tú dejas
caer los párpados como un cerillo apagado
en los restos de una botella.