Para Alex
Sorteábamos los juegos peligrosos de las combis
en la ruta 629 para ir al San Juan de Dios
por unos tenis Reebok, unos Levi’s
o el nuevo disco de Def Leppard en la Casa Lemus
de Plaza México. Oíamos en casette
una selección que había preparado
otro amigo con la misión de guiarme
por los círculos infernales del heavy metal
pasando por Mötley Crüe, Guns N’ Roses, Led Zeppelin,
Motörhead, Warrant y hasta Bryan Adams.
Como íbamos a la escuela por las
tardes,
Alex hacía omelettes para
desayunar y de pronto corría
a deslizarse en el pasillo con Welcome to the Jungle,
tocando las cuerdas de un
instrumento
que un segundo antes había sido escoba.
A veces íbamos a fiestas caseras y
lo memorable:
el Daddy O’ pletórico de luces,
las chicas en minifalda,
Personal Jesus hasta borrarlo todo, la barra libre.
Leíamos Aura, Pedro Páramo, La ciudad y los perros
y creíamos que nunca terminarían
Los años maravillosos ni Indiana
Jones.
El rito comenzaba al caminar por
las calles
y baldíos de Prados Guadalupe
hasta más allá de La Estancia y de vuelta bajo
un cielo
para el que éramos simple polvo de
estrellas,
como ya nos lo había mostrado Carl
Sagan.
Incluso el silencio contaba.