Había esperado este momento de hacer
sonar
la alarma, un salpullido en el esófago,
algo como agitar los órganos internos,
dejarse llevar hasta que el invierno se
hace cargo
de los pensamientos que van emergiendo
de entre neuronas negligentes.
La habitación enmarca su propia
oscuridad,
una oscuridad filtrada por la lucecita
roja
que indica un regulador encendido.
Pero qué se puede regular, el tópico
común
de la energía usada para fines
pacíficos o enervantes
y la seguridad de que la electricidad
no alcanza a perforar
los instantes moribundos frente a un
televisor
que antes había servido de espejo
sucio.
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