Es como si dijera a un par de cormoranes:
este no es mi mundo. Y en lo que termina por ser,
las bancas se quedan vacías, los esteros rechinan
con olas de eterno kilometraje.
Son instantes que no sirven ni para el recuerdo,
florituras de un embarque de cajas vacías,
un entramado de confabulaciones
sin fábula.
El amigo se ha ido y es posible que la posibilidad
haya sido derrotada. Yo le dije
pero preferí callar y arrojar el ancla
a un lenguaje sin fondo.
Son estas venas en la madera, testimonios
de los almacenes a la orilla del puerto
que viaja sin detenerse hacia sí mismo,
cada vez más despostillado. Enfrente, las grúas
parecen mendigar la luz del sol boicoteada
por nubes que no pueden callarlo.