martes, noviembre 26

No todo tiene por qué cambiar

Has aprendido a simular
que limpias las manchas de la ventana
y no lo haces porque no te basta
el paisaje, necesitas perspectiva.

lunes, noviembre 18

Otoño

Un metal pesado en algunos días y la ligereza del cemento blanco en otros, en espera de que la humedad venga y se vaya para unir algo, remozar las pupilas de quien escucha: gato que se pierde entre las ramas de la noche para reaparecer por la mañana, con sueños y humor intransigente. Partituras mal programadas. El otoño parece un lugar poco común si se piensa que a menudo se le confunde con el invierno en esta ciudad --el clima no es el mismo de hace una década. Cierta afasia ligera deja que huyan palabras.

miércoles, noviembre 13

Nocturno de noviembre



“Me has salvado de la disgregación de partículas”, ha calculado el Hacedor de Buenas Conversaciones, aun cuando se ha roto la clavícula tratando de comunicarse con las abejas asesinas que hacen la revolución entre las aspas de sus neuronas. “El gato me ha dado un aliciente para la invisibilidad o la imbecilidad, no logro descifrarlo”: me mira detenidamente, como si deseara que resolviera con un gesto su conflicto. Era de esperarse que no hubiera nada por esperar, ni un simulacro, siquiera espolear la paciencia veloz como una babosa. Como si hiciera falta pretexto para vomitar en el saco de un desconocido. Casi, por poco, llega a toparse con un final medianamente feliz. En esta nación altruista el que no pierde algo de improviso, a alguien al menos, no gana ni una conversación perentoria en el avión con una interrogante ventana, un rostro sobrepuesto al paisaje nocturno de la ciudad en llamas.

sábado, noviembre 9

Podrido idioma

Aquí, como langosta tirada al puerto
hace tres días y un par de noches,
agotado, condenado a este idioma podrido
que tuvo sus mejores glorias bajo el reinado
de una pústula, nadie me oirá reír ni encarnizar
los adjetivos, ni un redivivo alacrán que comente
la resaca, las inmundas intervenciones quirúrgicas
de la serpiente sustantiva
en medio de un bosque de placebos.
Como Pedro, balbuceo, me dejo ir a la boca del Lobo,
a sus amígdalas invisibles: la invisibilidad
es un súper poder en inglés, por ejemplo.

Sin ton ni son



Los muertos no tienen nada, ni dónde caerse muertos. Nada, nada tienen los muertos que dejamos atrás, en el tiempo de los cascabeles en la cola de la serpiente, en el tiempo a tientas entre el polvo que opaca las narices. Ni silencio, ni escorzo, ni tiempo libre: ni sentido, ni orientación psicológica, ni lógica imposible. Nada. Ni nadar en su estúpida red de recuerdos porque ni el recuerdo se acuerda de su polvo. Nada tienen, ni un mármol duradero, ni el fondo del mar plagado de tiburones ni las últimas reservas mundiales de alimento para los sobrevivientes del próximo holocausto. No tienen dinero para pasar al otro lado, olvido. No tienen cómo blandir una perorata sino es con la voz prestada del viento, los arrecifes mal o bien intencionados, los pulmones de las fábricas que los reciclan. Están habituados a la euforia de los niños que los pisotean, al furibundo trotamundear de viajeros que huyen del más esquivo ruido en el mármol, soterrados en el olfato de los perros.