miércoles, septiembre 18

Una casa estilo porfiriano



La casa donde jugábamos
ha sido remodelada.
Nada hay ahora que recuerde
nuestras peripecias
en el largo pasillo oscuro
lleno de obstáculos
–una silla rota, un radio de bulbos,
un reloj de madera tallada
y su péndulo obsesivo,
los trastes de cocina
descontinuados–
: ese túnel hacia una dimensión
a la que el cáncer y la distancia
nos impedirían volver.

Nada hace pensar ya
en el tacto de las prendas
de solteras de las tías,
cuando nos escondíamos
dentro de los roperos
esquivando ganchos, zapatos
de tacón y relicarios
–los labios en suspenso
debajo de las camas para no delatarnos.

Todo fuera disfrazarnos
en una feria de fantasmas:
la habitación tapiada de cartones
para llamar a la obscuridad.
Con lámparas de mano
proyectábamos dinosaurios
sobre las paredes
o ensayábamos pequeñas
e inquietas burbujas
que gatos sin nombre perseguían
como a ratones –asechaban
por las hendiduras de las puertas.

Se nos aporreaban los pulgares
de tanto presionar controles
hasta hacer caer de espaldas
a las Tortugas Ninja
–antes de que al Nintendo
lo desplazara el X-Box.

Eran domingos de Disney
gracias a la antena parabólica
que en la azotea parecía
enviar mensajes al espacio
en busca de vida extraterrestre,
domingos de amanecer desmañados,
en pijama y descalzos, sordos
a los gritos a desayunar,
domingos de quebrar macetas
de barro en el patio con avalanchas
que deslizábamos como Sylver Surfer
entre los planetas.

En las cornisas, en los tejados
hacíamos equilibrio
como pericos de colores
en la soga del tendedero
–junto al par de gigantes de asbesto
con problemas intestinales–
para buscar monstruos entre las nubes,
vigilar a los vecinos.

Nos recostábamos en el patio
lleno de luz y salitre
como indios y vaqueros cansados,
policías y ladrones
resuelto el acertijo.

La abuela la abandonó primero,
el abuelo veinte años después:
la casa estilo porfiriano
donde jugábamos los primos
a la Guerra de las Galaxias,
a los piratas, a ser invisibles
en medio del trajín, a crear
fortalezas de lodo y piedra
bajo un limero de sombra tierna,
ha quedado sepultada
en un universo paralelo
donde apenas si cuenta
su historia oculta.

lunes, septiembre 16

Salida

Dos días a la semana subo al auto: me deslizo por mis pensamientos entre baches, camiones ambiguos, bicinautas caníbales, muchachas que defienden los pasos de cebra mejor que a sus hijos zombies. No sé a dónde iremos a continuar con lo mismo de lo mismo. En el cielo un avión –tantos el mismo día surca las nubes como un cuchillo el queso cheddar. El mundo avanza con y sin recelo, gira tal un trompo que de un momento a otro perderá el equilibrio.

N 16 09 13

*

Deshacerse, irse

Una serpiente envenena mi corazón como a una manzana que nunca estuvo sana. No hay sorpresa en la boca, tan aturdida está y no siente sino la rabia que ya carcomía los puntos muertos. Ni el viento responde en medio de este desangrado desierto que se extiende desde el pasado remoto hacia un futuro irremediable. Irse es lo de menos, impera la ausencia del fruto deseado hasta cierto punto y un fastidio después, de vez en cuando, por lo no saboreado con furia, lo no abrasado, lo abandonado a su naturaleza.

sábado, septiembre 14

Van y vienen

Algunos escriben para un público cerrado como un pomo de veneno, otros buscan perforar con el filo de un carbón el oído de hule de sus críticos o incendiar a uno que otro fan, inmisericordes ante los silencios innecesarios. Aún hay quienes prefieren ensordecerse como choferes habituados a las sirenas de sus ambulancias.

M 14 09 13

*

sábado, septiembre 7

Furor zombie

Ante lo que me sabía agrio y repugnaba el paladar
ya no media lengua alguna –me la tragué.