lunes, octubre 15

La Prosa del Transiberiano y de la pequeña Jehanne de Francia



Dedicada a los músicos

En aquel tiempo era adolescente
Apenas tenía dieciséis y ya no recordaba mi niñez
Estaba a 16,000 leguas de mi lugar de nacimiento
Estaba en Moscú, en la ciudad de los mil y tres campanarios y de las siete estaciones
Y no eran suficientes las siete estaciones ni las mil y tres torres
Porque tan ardiente y loca era mi adolescencia
Que mi corazón, de vez en vez, se incendiaba como el templo de Éfeso o como la Plaza Roja de Moscú
Cuando el sol se pone.
Y mis ojos alumbraban las voces antiguas.
Y yo era muy mal poeta.
Que no sabía llegar hasta el final.

El Kremlin era como un inmenso pastel tártaro
Crujiente de oro,
Con las grandes almendras de las catedrales todas blancas
Y el oro mejor de los campanarios…
Un viejo monje me leía la leyenda de Nóvgorod
Yo tenía sed
Y descifraba caracteres cuneiformes
Luego, de repente, las palomas del Espíritu Santo volaban por la plaza
Y mis manos también volaban, con rumores de albatros
Y estos fueron los últimos recuerdos del último día
Del último viaje
Y de la mar.
Sin embargo, yo era muy mal poeta.
No sabía llegar hasta el final.
Tenía hambre
Y todos los días y todas las mujeres en los cafés y todas las copas
Habría querido beberlos y romperlos
Y todos los escaparates y todas las calles
Y todas las casas y todas las vidas
Y todas las ruedas de los coches de punto que giraban en remolino sobre los pésimos adoquines
Habría querido meterlos en un horno de espadas
Y habría querido triturar todos los huesos
Y arrancar todas las lenguas
Y licuar todos sus grandes cuerpos extraños y desnudos bajo los trajes que me vuelven loco…
Presentía la venida del gran Cristo rojo de la revolución rusa…
Y el sol era una mala herida
Que se abría como una hoguera.

En aquel tiempo yo era adolescente
Tenía apenas dieciséis y no recordaba ya más mi nacimiento
Estaba en Moscú, donde quería alimentarme de llamas
Y no tenía bastantes torres ni estaciones que constelaran mis ojos
En Siberia estallaba el canon, era la guerra
El hambre el frío la peste el cólera
Y las aguas lodosas del Amor[1] arrastraban millones de cuerpos corruptos
En todas las estaciones veía partir los últimos trenes
Nadie más podía irse porque no se liberaban más boletos
Y los soldados que se iban habrían querido permanecer…
Un viejo monje me cantaba la leyenda de Nóvgorod.

Yo, el mal poeta que no quería ir a ninguna parte, podía ir a todos lados
E incluso los comerciantes todavía desbordaban de dinero
Con el propósito de hacer fortuna.
Su tren partía temprano todos los viernes.
Se decía que había puñados de muertos.
Uno llevaba consigo cien cajas de sueños y de relojes de cuco de la Selva Negra
Otro, cajas de sombreros, cilindros y una variedad de sacacorchos de Sheffield
Otro, ataúdes de Malmö repletos de latas de conserva y de sardinas en aceite
Entonces había mujeres de sobra
Mujeres, sus entrepiernas alquiladas también podían servir
De ataúdes
Y fueron todas patentadas
Se decía que allá había puñados de muertos
Ellas viajaban con descuento
Y todas tenían cuenta corriente en el banco.

Así, el viernes temprano fue al fin mi turno
Era diciembre
y también partí para acompañar al viajero con bisutería hecha en Kharbine
Teníamos dos boletos en el expreso y 34 cofres de joyería de Pforzheim
De la charlatanería alemana «Made in Germany»
Él me había dado un traje nuevo, y al subir al tren perdí un botón
–Lo recuerdo, lo recuerdo, a menudo lo he pensado–
Me acostaba sobre los cofres y me sentía tan contento de poder jugar con el níquel dorado que me regaló

Yo era muy feliz, despreocupado
Creía jugar a los ladrones
Habíamos robado el tesoro de Golconda
Y nos íbamos, gracias al transiberiano, a esconderlo al otro lado del mundo
Yo debía defenderlo contra los ladrones de los Urales que atacaron a los santimbanquis de Julio Verne
Contra los khoungouzes, los bóxers de la China
Y los seguidores, pequeños mongoles del Dalai Lama
Alí Babá y los cuarenta ladrones
Y los fieles del terrible Viejo de la montaña
Y sobre todo, contra los más modernos
Las ratas de hotel
Y los profesionales del expreso internacional.

Y sin embargo, y sin embargo
Estaba triste como un niño
Los ritmos del tren
La “médula espinal lesionada por el viaje” según psiquiatras americanos
El ruido de las puertas de las voces de los ejes al rechinar sobre los rieles congelados
El ferlín[2] de oro de mi futuro
Mi piano Browning y los juramentos de jugadores de cartas en el compartimento de al lado
La asombrosa presencia de Juana
El hombre de los lentes azules que se paseaba nervioso por el pasillo y me miraba pasar
Muecas de mujeres
Y el silbido del vapor
Y el ruido eterno de las ruedas, su locura sobre los carriles del cielo
Los cristales escarchados
¡Nada natural!
Y detrás de las llanuras siberianas, el cielo bajo y las grandes sombras de los Taciturnos que se elevan y descienden

Estoy acostado en una manta
Hecho un ovillo
Como mi vida
Y mi vida no me da más calor que este chal escocés
Y la Europa entera se percibe al cortar del viento de un expreso a todo vapor
No es más rica que mi vida
Mi pobre vida
Este chal
Deshilachado entre cofres llenos de oro
Con los que ruedo
Sueño
Fumo
Y la solitaria llama del universo
Es un pobre pensamiento…

Del fondo de mi corazón me brotan las lágrimas
Si pienso, Amor, en mi maestra;
No es más que una niña, que encuentro tan
Pálida, inmaculada, al fondo de un burdel.

No es más que una niña, rubia, risueña y triste,
No sonríe y nunca llora;
Pero al fondo de sus ojos, cuando nos deja beber de allí,
Tiembla un dulce lirio de dinero, la flor del poeta.

Es dulce y muda, sin ningún reproche,
Provoca un largo estremecimiento a su contacto;
Pero cuando me acerco a ella, desde aquí, desde allá, de fiesta,
Da un paso, luego cierra los ojos –y da un paso.
Porque es mi amor, y las otras mujeres
No tienen vestidos de oro sobre los enormes cuerpos en llamas,
Mi pobre amiga está tan sola,
Toda desnuda, sin cuerpo –es muy pobre.

No es más que una flor cándida, delgada,
La flor del poeta, un pobre lirio de dinero,
Completamente frío, solo, y tan marchito
Que las lágrimas me brotan al pensar en su corazón.

Y esta noche parece otras cien mil, cuando un tren echa humo en la noche
–Los cometas caen–
Y el hombre y la mujer, todavía jóvenes, se divierten haciendo el amor.

El cielo es como la carpa deshilachada de un circo miserable en un pequeño pueblo de pescadores
En Flandes
El sol es un quinqué ahumado
Y en lo más alto de un trapecio una mujer hace la luna.
El clarinete la corneta una flauta agria y un pésimo tambor
Y he aquí mi cuna
Mi cuna
Estaba siempre cerca del piano cuando mi madre como Madame Bovary tocaba las sonatas de Beethoven
Pasé mi niñez en los jardines colgantes de Babilonia
Y la educación salvaje en las estaciones frente a los trenes a punto de partir
Ahora, hice correr todos los trenes tras de mí
Basilea-Tombuctú
También aposté a las carreras en Auteuil y en Longchamp
París-Nueva York
Ahora, hice correr todos los trenes a lo largo de mi vida
Madrid-Estocolmo
Y perdí todos mis París
No había más que la Patagonia, la Patagonia, que convenía a mi gran tristeza, la Patagonia, y un viaje por los mares del Sur
Voy en camino
Siempre he ido en camino
Voy en camino con la pequeña Juana de Francia.

El tren da un salto mortal y retumba sobre todas sus ruedas
Retumba sobre sus ruedas
Siempre retumba sobre todas sus ruedas.

“Blaise, di, ¿estamos muy lejos de Montmartre?”

Estamos lejos, Juana, estás rodando desde hace siete días
Estás lejos de Montmartre, de la Butte que te alimentó, del Sagrado Corazón contra el que te acurrucaste
París desapareció y su gran llamarada
No hay más que cenizas interminables
La lluvia que cae
La turba que se dispersa
Siberia que gira
Las gruesas capas de nieve que ascienden
Y el cascabel de la locura que tirita como un último deseo en el aire cerúleo
El tren palpita en el corazón de los horizontes plomizos
Y tu pena ríe con sarcasmo…

“Di, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?”

Todas las estaciones agrietadas oblicuas sobre el camino
Los hilos telegráficos de los que cuelgan
Los gesticuladores postes que hacen muecas y las estrangulan
El mundo se estira se extiende y se retira como un acordeón que una mano sádica tortura
En los desgarramientos del cielo, las locomotoras furiosas
Huyen
Y en los orificios,
Las ruedas vertiginosas las bocas las voces
Y los perros desgraciados que ladran a nuestros estuches
Los demonios desencadenados
Chatarras
Todo es un falso acuerdo
El brun-run-run de las ruedas
Choques
Rebotes
Somos una tormenta en el cráneo de un sordo…

“Dime, Blaise, estamos muy lejos de Montmartre?”



Blaise Cendrars (fragmento, versión mía)



[1] Río al noreste de Asia.
[2] Moneda antigua.