lunes, diciembre 17
domingo, diciembre 16
Instantánea en el Chai
A
Luis Eduardo, Ángel, Jors, Daniel, Álvaro y Carlinhos
Charlamos en la terraza de un café
cuando un jeep militar se estaciona en la calle
frente a los Laboratorios Julio y apunta hacia nosotros
el desenfadado cañón de su metralleta.
Desde esa posición hemos de resultarle fotogénicos.
domingo, noviembre 4
Devorahuesos o Shikon no Tama (犬夜叉)
Bestia, zángano, cara de perro, bastardo,
has metido tu nariz bajo la falda
y el sable humedecido
en las lágrimas
de un bosque poco prudente.
Cierras los ojos a la herida, mascota
de colegiala.
Si te registraran los bolsillos
hallarían las almas dormidas de la joya
en el hechizo
antes de que tuvieras que reunir
sus pedazos rotos.
Innoble o perecedero. Tu cigarro
sigue encendido mientras ella
sigue encendido mientras ella salta
de un húmedo silencio de pozo oculto
–devorahuesos–
a un tiempo
más cercano que el suyo propio.
Un día te arrojarás por seguirla
antes de que te paralice
una palabra más pesada que la nostalgia.
El tiempo no siempre une. No es el caso.
lunes, octubre 15
La Prosa del Transiberiano y de la pequeña Jehanne de Francia
Dedicada
a los músicos
En aquel tiempo era adolescente
Apenas tenía dieciséis y ya no recordaba mi niñez
Estaba a 16,000 leguas de mi lugar de nacimiento
Estaba en Moscú, en la ciudad de los mil y tres
campanarios y de las siete estaciones
Y no eran suficientes las siete estaciones ni las mil
y tres torres
Porque tan ardiente y loca era mi adolescencia
Que mi corazón, de vez en vez, se incendiaba como el
templo de Éfeso o como la Plaza Roja de Moscú
Cuando el sol se pone.
Y mis ojos alumbraban las voces antiguas.
Y yo era muy mal poeta.
Que no sabía llegar hasta el final.
El Kremlin era como un inmenso
pastel tártaro
Crujiente de oro,
Con las grandes almendras de las
catedrales todas blancas
Y el oro mejor de los campanarios…
Un viejo monje me leía la leyenda de
Nóvgorod
Yo tenía sed
Y descifraba caracteres cuneiformes
Luego, de repente, las palomas del
Espíritu Santo volaban por la plaza
Y mis manos también volaban, con
rumores de albatros
Y estos fueron los últimos recuerdos
del último día
Del último viaje
Y de la mar.
Sin embargo, yo era muy mal poeta.
No sabía llegar hasta el final.
Tenía hambre
Y todos los días y todas las mujeres
en los cafés y todas las copas
Habría querido beberlos y romperlos
Y todos los escaparates y todas las
calles
Y todas las casas y todas las vidas
Y todas las ruedas de los coches de
punto que giraban en remolino sobre los pésimos adoquines
Habría querido meterlos en un horno
de espadas
Y habría querido triturar todos los
huesos
Y arrancar todas las lenguas
Y licuar todos sus grandes cuerpos
extraños y desnudos bajo los trajes que me vuelven loco…
Presentía la venida del gran Cristo rojo de la
revolución rusa…
Y el sol era una mala herida
Que se abría como una hoguera.
En aquel tiempo yo era adolescente
Tenía apenas dieciséis y no recordaba ya más mi
nacimiento
Estaba en Moscú, donde quería alimentarme de llamas
Y no tenía bastantes torres ni estaciones que
constelaran mis ojos
En Siberia estallaba el canon, era la guerra
El hambre el frío la peste el cólera
Y las aguas lodosas del Amor[1]
arrastraban millones de cuerpos corruptos
En todas las estaciones veía partir los últimos trenes
Nadie más podía irse porque no se liberaban más
boletos
Y los soldados que se iban habrían querido permanecer…
Un viejo monje me cantaba la leyenda
de Nóvgorod.
Yo, el mal poeta que no quería ir a
ninguna parte, podía ir a todos lados
E incluso los comerciantes todavía
desbordaban de dinero
Con el propósito de hacer fortuna.
Su tren partía temprano todos los
viernes.
Se decía que había puñados de
muertos.
Uno llevaba consigo cien cajas de sueños y de relojes de cuco de la
Selva Negra
Otro, cajas de sombreros, cilindros
y una variedad de sacacorchos de Sheffield
Otro, ataúdes de Malmö repletos de
latas de conserva y de sardinas en aceite
Entonces había mujeres de sobra
Mujeres, sus entrepiernas alquiladas
también podían servir
De ataúdes
Y fueron todas patentadas
Se decía que allá había puñados de
muertos
Ellas viajaban con descuento
Y todas tenían cuenta corriente en
el banco.
Así, el viernes temprano fue al fin
mi turno
Era diciembre
y también partí para acompañar al
viajero con bisutería hecha en Kharbine
Teníamos dos boletos en el expreso y
34 cofres de joyería de Pforzheim
De la charlatanería alemana «Made in
Germany»
Él me había dado un traje nuevo, y
al subir al tren perdí un botón
–Lo recuerdo, lo recuerdo, a menudo
lo he pensado–
Me acostaba sobre los cofres y me
sentía tan contento de poder jugar con el níquel dorado que me regaló
Yo era muy feliz, despreocupado
Creía jugar a los ladrones
Habíamos robado el tesoro de Golconda
Y nos íbamos, gracias al
transiberiano, a esconderlo al otro lado del mundo
Yo debía defenderlo contra los
ladrones de los Urales que atacaron a los santimbanquis de Julio Verne
Contra los khoungouzes, los bóxers de
la China
Y los seguidores, pequeños mongoles
del Dalai Lama
Alí Babá y los cuarenta ladrones
Y los fieles del terrible Viejo de
la montaña
Y sobre todo, contra los más
modernos
Las ratas de hotel
Y los profesionales del expreso
internacional.
Y sin embargo, y sin embargo
Estaba triste como un niño
Los ritmos del tren
La “médula espinal lesionada por el
viaje” según psiquiatras americanos
El ruido de las puertas de las voces
de los ejes al rechinar sobre los rieles congelados
El ferlín[2]
de oro de mi futuro
Mi piano Browning y los juramentos
de jugadores de cartas en el compartimento de al lado
La asombrosa presencia de Juana
El hombre de los lentes azules que
se paseaba nervioso por el pasillo y me miraba pasar
Muecas de mujeres
Y el silbido del vapor
Y el ruido eterno de las ruedas, su
locura sobre los carriles del cielo
Los cristales escarchados
¡Nada natural!
Y detrás de las llanuras siberianas,
el cielo bajo y las grandes sombras de los Taciturnos que se elevan y
descienden
Estoy acostado en una manta
Hecho un ovillo
Como mi vida
Y mi vida no me da más calor que
este chal escocés
Y la Europa entera se percibe al
cortar del viento de un expreso a todo vapor
No es más rica que mi vida
Mi pobre vida
Este chal
Deshilachado entre cofres llenos de
oro
Con los que ruedo
Sueño
Fumo
Y la solitaria llama del universo
Es un pobre pensamiento…
Del fondo de mi corazón me brotan
las lágrimas
Si pienso, Amor, en mi maestra;
No es más que una niña, que
encuentro tan
Pálida, inmaculada, al fondo de un
burdel.
No es más que una niña, rubia,
risueña y triste,
No sonríe y nunca llora;
Pero al fondo de sus ojos, cuando
nos deja beber de allí,
Tiembla un dulce lirio de dinero, la
flor del poeta.
Es dulce y muda, sin ningún
reproche,
Provoca un largo estremecimiento a
su contacto;
Pero cuando me acerco a ella, desde
aquí, desde allá, de fiesta,
Da un paso, luego cierra los ojos –y
da un paso.
Porque es mi amor, y las otras
mujeres
No tienen vestidos de oro sobre los enormes
cuerpos en llamas,
Mi pobre amiga está tan sola,
Toda desnuda, sin cuerpo –es muy
pobre.
No es más que una flor cándida,
delgada,
La flor del poeta, un pobre lirio de
dinero,
Completamente frío, solo, y tan
marchito
Que las lágrimas me brotan al pensar
en su corazón.
Y esta noche parece otras cien mil,
cuando un tren echa humo en la noche
–Los cometas caen–
Y el hombre y la mujer, todavía
jóvenes, se divierten haciendo el amor.
El cielo es como la carpa
deshilachada de un circo miserable en un pequeño pueblo de pescadores
En Flandes
El sol es un quinqué ahumado
Y en lo más alto de un trapecio una
mujer hace la luna.
El clarinete la corneta una flauta agria y un pésimo tambor
Y he aquí mi cuna
Mi cuna
Estaba siempre cerca del piano
cuando mi madre como Madame Bovary tocaba las sonatas de Beethoven
Pasé mi niñez en los jardines colgantes
de Babilonia
Y la educación salvaje en las estaciones frente a los trenes a punto de
partir
Ahora, hice correr todos los trenes
tras de mí
Basilea-Tombuctú
También aposté a las carreras en
Auteuil y en Longchamp
París-Nueva York
Ahora, hice correr todos los trenes
a lo largo de mi vida
Madrid-Estocolmo
Y perdí todos mis París
No había más que la Patagonia, la
Patagonia, que convenía a mi gran tristeza, la Patagonia, y un viaje por los mares del Sur
Voy en camino
Siempre he ido en camino
Voy en camino con la pequeña Juana
de Francia.
El tren da un salto mortal y retumba
sobre todas sus ruedas
Retumba sobre sus ruedas
Siempre retumba sobre todas sus
ruedas.
“Blaise, di, ¿estamos muy lejos de
Montmartre?”
Estamos lejos, Juana, estás rodando
desde hace siete días
Estás lejos de Montmartre, de la
Butte que te alimentó, del Sagrado Corazón contra el que te acurrucaste
París desapareció y su gran
llamarada
No hay más que cenizas interminables
La lluvia que cae
La turba que se dispersa
Siberia que gira
Las gruesas capas de nieve que
ascienden
Y el cascabel de la locura que
tirita como un último deseo en el aire cerúleo
El tren palpita en el corazón de los
horizontes plomizos
Y tu pena ríe con sarcasmo…
“Di, Blaise, ¿estamos muy lejos de
Montmartre?”
Todas las estaciones agrietadas oblicuas
sobre el camino
Los hilos telegráficos de los que
cuelgan
Los gesticuladores postes que hacen muecas y las estrangulan
El mundo se estira se extiende y se
retira como un acordeón que una mano sádica tortura
En los desgarramientos del cielo,
las locomotoras furiosas
Huyen
Y en los orificios,
Las ruedas vertiginosas las bocas
las voces
Y los perros desgraciados que ladran
a nuestros estuches
Los demonios desencadenados
Chatarras
Todo es un falso acuerdo
El brun-run-run de las ruedas
Choques
Rebotes
Somos una tormenta en el cráneo de
un sordo…
“Dime, Blaise, estamos muy lejos de
Montmartre?”
Blaise Cendrars (fragmento, versión
mía)