Estoy al borde del cuarto piso, gárgola que medita pólvora: polvo,
ahora. Automatizado, mis razones orbitan como moscas alrededor de mi cuerpo
(simpáticos gusanos anidarán dispuestos a guiñar un ojo a la gorda forense que
partirá mi corazón). Miro a la eternidad como una momia estática en su gesto
trágico detrás del aparador. Como el fantasma que piensa atravesar su primera
pared, trato de reconstruir los cielos rojos que tuve en mis manos, vendándolos
en el hospital de la memoria.
Publicado en el núm. 166 de Punto de Partida, julio de 2011.