miércoles, septiembre 29

Escuchar la musiquita

Un argentino librito, El spleen de Boedo, está dedicado por Fabián Casas a los lectores de poesía que no escriben poesía. Él mismo había pasado por un periodo en que fue incapaz de “escuchar la musiquita”.
Cuántos de nosotros no hemos escrito una y otra vez poemas (por ejemplo) que no irán más allá de una servilleta, de un archivo de Word en la papelera, un cuaderno de apuntes. Y está bien que ahí se queden, pero también cuántos no han experimentado cómo esa grave, intermitente, sutil o hasta bonachona vocecita interrumpe su transmisión.
Son los largos o cortos o nunca vividos (por algunos) momentos de espera, de incertidumbre y también de fe. No todos los viven igual. Lo cierto es que nadie puede planificar la renovada puesta en marcha de esa maquinita de sonido haciendo de las suyas en los recovecos del cerebro de Broca.
Hay quien descarta de plano volver a ensuciarse las manos de tinta o ensayar su ritmo con el pulso del teclado. De otros se apodera la angustia. Mantras, yoga, limpias, psicoanálisis, lecturas de cartas, sesiones espiritistas, talleres literarios, cursos de cocina se dan de topes con el irreversible paso del tiempo no vivido que describía Ramón Xirau. Tiempo fracasado.
Aunque: lectores somos. La musiquita de otros llena las más veces esa necesidad personal de sintonizar con algo de uno mismo. Aquella asombrada melodía, esa entonación o puesta en escena o atenta consciencia nos la comparte un desconocido a quien de pronto reconocemos, nosotros de múltiples caras y ninguna verdadera, no entonces.
Como si uno hubiera perdido la capacidad de ver a través de las paredes, viajar en el tiempo o correr a la velocidad de la luz. Hasta que los superpoderes regresan. Y con ellos (¿no, Capote?) también el látigo.

N 29 09 10

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