domingo, mayo 2

Domingo en blanco


¿Cuál es la gracia del domingo? Lo esperamos ansiosos en tanto transcurre el espectro de tonalidades durante el resto de los días de la semana. Trabajamos sin casi descanso con tal de respirar su atmósfera liviana, nos imaginamos cubiertos de cobijas hasta el mediodía, acojinados, enervados entre osos de peluche, desayunando chilaquiles en la cama, rebobinando la cinta de viejas películas con el control remoto, mirando la revista que nos llegó por correo, un telegrama u hojeando un libro ligero de ciencia ficción.
Esperamos el domingo como los niños a su postre luego de haber sido obligados a comerse las verduras. Queremos recuperar la energía gastada en las oficinas, insuflar el cuerpo deteriorado por la cruda y la desvelada del sábado, hacer una pausa entre una vida que no termina por realizarse, por sernos real, por idealizarnos, y en la que es difícil siquiera cavar un túnel como otra alternativa de escapatoria en una isla inhabitable.
¿Y todo para qué? Después hay que volver a empezar, hacerse a la idea de que pasada la advenediza gloria del domingo volveremos a ser engendros acelerando, deslizándonos en zigzag entre la bárbara invasión de autos que encorcha las avenidas de la ciudad, primates con traje y corbata enarbolando sus laptops en medio del zoo.
El domingo es la suma de todos los colores del espectro (un espectro, un fantasma de verdad): blanco, un inmenso estar en blanco, un monólogo interminable, infinito, consecutivo, un repetido y lineal blanco que nos rodea y nos oprime, nos enferma mientras nos adherimos a él como camaleones.


Artículo publicado en La Zona núm. 11, junio de 2010.

sábado, mayo 1

Caminar: palabra por palabra


Confieso que a mí mismo me hartan aquellos que no escriben sino del mismo acto de escribir. Después de todo uno siempre regresa los pasos para ver cómo llegó a adoptar ese oficio no pocas veces grato pero también agujereado de ingratitudes. Bueno, es un decir, también las desavenencias aportan un sano ingrediente malsano a ese cohabitar con la página de papel o electrónica que refleja una blancura difícil de soportar. No siempre se está listo para enfrentar el silencio -verlo reflejado, enmarcado, limitado, concentrado en una pantalla.
Hace muchos meses que no escribo, así que por lo pronto a mí me parece por completo natural empezar a juntar líneas preguntándome por qué no he tasajeado con palabras la insoportablemente blanca página electrónica. Resulta que uno no quiere repetirse pero cuando toma el teclado finalmente pareciera también retomar el hilo que dejó pendiente cuando decidió no continuar caminando en círculos.
Caminar es la clave: el ritmo empuja a darse cuenta de que el vacío es sólo una catapulta para continuar caminando, generando otros vacíos, avanzando hacia quién sabe qué caminos ya conocidos, reconociéndolos. Si avanzamos por un camino ya transitado no lo hacemos con la misma conciencia, no percibimos las mismas cosas (puede que sí las cosas mismas) ni aquello que nos sorprendió a primera vista nos gobierna con la misma intensidad: la intensidad está en los detalles no apercibidos antes, los que hallamos al evitar mirar donde ya la mirada atendió a su asombro -incluso ante la ya tan recorrida palabra "asombro", rolléndola como a un hueso.
Dante Alleghieri -lo aprendí de Franc Ducros- creó en su Divina Comedia un ritmo métrico basándose en el caminar, y así, caminando, recorrió la totalidad del universo.
Letra a letra, palabra por palabra, aunque el universo se ha extendido al infinito, sin echar un pie por delante del otro, sin dirigir un dedo y otro al teclado, no hay manera de vivenciar la selva de estrellas que van apareciendo conforme nos adentramos a observar la pequeña e intransigente Vía Láctea al fondo de la página. Si el vacío nos impele.