A León Plascencia Ñol
Desenfunda el arma en su cerebro
melancólico y luego se atraganta con el aneurisma que a esa hora le hacía
falta. De un cabo a otro, un continente de palabras olvidadas en las rocas
–embelesado, absorto bebe. En un rincón
de su desvarío, desagua uno que otro soliloquio con su nombre travestido.
Minúsculos sorbos al vaso, casi infundados, enarcamiento de cejas. Baja los
escalones, ligero como la ceniza que deja caer al piso.