jueves, agosto 31

Viajar

Viajar es respirar con un ritmo diferente al habitual y, por tanto, pensar en otra frecuencia. Sentir también, si tomamos en cuenta la muy oriental actitud de sentir lo que se piensa y pensar lo que se siente. Yo creo que pensar y sentir, en sus mejores momentos, son una misma cosa. Viajar, pensar: ver, conocer, desplazarse hacia un espacio por habitar, ajeno por principio, al menos hasta que tanto nos reconocemos en él que urge otro desplazamiento. Hay quien viaja al detenerse en los arabescos y oleajes de una alfombra, improvisados sucedáneos o atajos herbarios aparte. Hay quien, aunque se dirija a un lugar ignoto, nunca se ha apartado de sus propios pensamientos (¿sentires?). Cuando se viaja no se sabe nada. Al menos yo no sé nada. Uno olvida todo aquello que antes leyó o le dijeron debía visitar o tener en cuenta una vez que ya está ahí o en lugares de los que nadie le habría sabido decir nada. Se deja llevar, que el paisaje lo descubra. Viajar, pienso, es contemplar, es templar un tiempo no nuevo (¿pues qué tiempo no lo es?), sino más bien consciente y, así, concebir ese ritmo al que antes aludimos, escuchándolo con el cuerpo entero, poco importa qué tan lejos vayamos o cuántas veces. Nunca vamos a donde mismo. O sea, lo que ningún viajero ignora: viaje es destino. Lo más elemental quizá sea incomunicable. Viajar es, también, convocar: un niño frenético y descuidado choca contra mis piernas en una calle subterránea de Shangai, cinco adolescentes en camiseta juegan basquetbol de noche, rebotando su balón contra los muros de una antigua fortaleza china en Jinan... Una mujer joven, de cabello largo y rubio, vestida de gabán, camina bajo un cielo nublado para atravesar la calle del Norte hacia Corrientes en Buenos Aires, sonriendo para sí, como tantas más en esa ciudad… Otra muchacha indígena, de piel broncínea y pies descalzos, recorre, a media mañana, con la cabeza erguida y la cabellera lacia, bruna, junto con su madre, pequeñísima y apurada, una carretera que desemboca en la ciudad de Guatemala… No hay significados más allá de los hechos, de sus detalles, inventados o no. Pienso, siento: todo es real, aun lo irrealizable. Viajar o inventar, da lo mismo, dan algo más que lo mismo: imaginar, vivir o hacer como que se vive, viviendo. El gerundio es importante. La experiencia se estira, se apropia o retiene (dejándola ir luego con suavidad) al igual que la pronunciación de la ene y la de contra el paladar… nos desembaraza de todo lo que ella no sea, trayendo consigo, si de verdad ha habido desplazamiento, lo inesperado.

M 31 08 06

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De un sabio samurai



Evita a regañadientes el sable
del honor que paulatinamente toma
lo suyo en el pecho ajeno, alevoso.
No es de risa forjar un trecho de alma
con turbio lodo, ni que corte pétalos
esta juventud de ensueño,
rodeada
de muerte
en floración. El amor y la misericordia
van de la mano de la sangre. Nosotros
únicamente sabemos
lo que nos conviene a esta edad.

Brindis por dos ciudades


No es por dudar, bien lo sabe cada átomo de este valle que asume el rencor en sus belfos como una gripe de mosca. Y no, no es por fantasear que se lo digo. A trasnoche se aglutinan soberbios disfraces llameantes, altavoces, diuréticos para los enredados en pasos largos y ajenos. Será bueno ponerse a descansar la brizna de piojos que traspasa la médula de los huesos mal paridos. Brindemos: gangrena, atajos, megalómanos que toman la pistola a fin de parecer valientes sin nunca jalar del gatillo sino cuando se propicie la ventaja. A eso hemos llegado.

miércoles, agosto 30

Retrato (de Araki)



Véanla ahí, modosa, la muy puta,
con esa fiebre contenida de mal
signo. El color encendido en sus pezones
llama a la intoxicación, a la alegre
descomposición de la bisutería
que la aguarda en un cuarto sin número.
Breve instante el que alumbra
aquel posible gesto ante el control
en peligro de convertirse en relente, humo
después de la histeria. Qué ingenuidad
la exaltada tela de subidos tonos
sobre su piel blanca, digamos mórbida, si no
amorosa en un tacto deshabitado.