Viajar es respirar con un ritmo diferente al habitual y, por tanto, pensar en otra frecuencia. Sentir también, si tomamos en cuenta la muy oriental actitud de sentir lo que se piensa y pensar lo que se siente. Yo creo que pensar y sentir, en sus mejores momentos, son una misma cosa. Viajar, pensar: ver, conocer, desplazarse hacia un espacio por habitar, ajeno por principio, al menos hasta que tanto nos reconocemos en él que urge otro desplazamiento. Hay quien viaja al detenerse en los arabescos y oleajes de una alfombra, improvisados sucedáneos o atajos herbarios aparte. Hay quien, aunque se dirija a un lugar ignoto, nunca se ha apartado de sus propios pensamientos (¿sentires?). Cuando se viaja no se sabe nada. Al menos yo no sé nada. Uno olvida todo aquello que antes leyó o le dijeron debía visitar o tener en cuenta una vez que ya está ahí o en lugares de los que nadie le habría sabido decir nada. Se deja llevar, que el paisaje lo descubra. Viajar, pienso, es contemplar, es templar un tiempo no nuevo (¿pues qué tiempo no lo es?), sino más bien consciente y, así, concebir ese ritmo al que antes aludimos, escuchándolo con el cuerpo entero, poco importa qué tan lejos vayamos o cuántas veces. Nunca vamos a donde mismo. O sea, lo que ningún viajero ignora: viaje es destino. Lo más elemental quizá sea incomunicable. Viajar es, también, convocar: un niño frenético y descuidado choca contra mis piernas en una calle subterránea de Shangai, cinco adolescentes en camiseta juegan basquetbol de noche, rebotando su balón contra los muros de una antigua fortaleza china en Jinan... Una mujer joven, de cabello largo y rubio, vestida de gabán, camina bajo un cielo nublado para atravesar la calle del Norte hacia Corrientes en Buenos Aires, sonriendo para sí, como tantas más en esa ciudad… Otra muchacha indígena, de piel broncínea y pies descalzos, recorre, a media mañana, con la cabeza erguida y la cabellera lacia, bruna, junto con su madre, pequeñísima y apurada, una carretera que desemboca en la ciudad de Guatemala… No hay significados más allá de los hechos, de sus detalles, inventados o no. Pienso, siento: todo es real, aun lo irrealizable. Viajar o inventar, da lo mismo, dan algo más que lo mismo: imaginar, vivir o hacer como que se vive, viviendo. El gerundio es importante. La experiencia se estira, se apropia o retiene (dejándola ir luego con suavidad) al igual que la pronunciación de la ene y la de contra el paladar… nos desembaraza de todo lo que ella no sea, trayendo consigo, si de verdad ha habido desplazamiento, lo inesperado.
M 31 08 06
*
M 31 08 06
*