jueves, noviembre 14
Mirar
Nada cuesta más trabajos que mirar a las personas, realmente mirarlas, a los ojos, esas ventanas de nosotros mismos que quisiéramos muchas veces polarizadas, pero no, muestran el interior de la casa, lo querido y lo no querido, lo deseado y lo indeseado, porque mirar es también dejarse mirar. Pocas personas son capaces de semejante transparencia. Nos traspasan hasta la pared de atrás y nos duele ser conocidos no sólo por ellas, también por nosotros mismos, que entonces aprendemos más de lo que podríamos haber imaginado. La poesía, valga decirlo, es mirada. La poesía de la realidad y la realidad de la poesía en el lenguaje. Primero hay que mirarse a sí mismo. No se necesita abrir los ojos para mirar –esto me lo ha enseñado alguien que sabe mirar y mirarse. “El cántaro roto” de Paz es un poema que mira con los párpados cerrados. No se mira nada más con los ojos, aunque no haya, según creo, mejor mirada que ésa. Los oídos, el olfato, las manos, la piel, miran y se dejan mirar. Ello da miedo, es lógico, pues si no cualquiera lo haría y en todo momento. Los poemas nos miran cuando les miramos, nos tocan cuando nos atrevemos a tocarlos, o nos sueñan y por ellos somos capaces de soñar. Lo mejor o lo peor de mirar es que nunca basta con una sola vez. El flujo de la vida, gozosamente, nos invita a descubrir aquello que al fin hemos venido a ser: