viernes, agosto 9

Libertad propicia

El enojo, en un primer nivel, y de allí la ira, no respetan niveles ni reglas, provienen de un no tener lugar, una frustración del ego que a gritos pide acomodo en un espacio que es para todos, de todos, y en el que cada uno reclama –si no le es dado– lo suyo. Así, la ira irrumpe luego de haber cedido nuestro íntimo espacio, nuestro espacio social o profesional, por el motivo que sea (que nunca es suficiente para convencernos) a favor al fin de una artera práctica del poder. Un poder que carece de conciencia, que niega o disimula el derecho ajeno, del otro. La ira es una exigencia del ser contra los abusos y artimañas de una voz que detesta ser interpelada y se asombra de tener ante sí la humanidad de un interlocutor. Nombres: Rousseau, Martí, Zapata. Movimientos: el romanticismo, el modernismo, las vanguardias. Las revoluciones. La ira reclama con violencia el derecho de nuestros pulmones de respirar a sus anchas, deja ver el fuego que ya nos quema las entrañas y hemos de sacar a toda costa si no queremos perecer calcinados por el terror de desaparecer tanto del mundo que nada quede de nosotros. Carácter el de un revolucionario, ira ojalá que inteligente. Ira que reclama, cuando todo parece carecer de arreglo por vías alternas, su habitación, su casa, su colonia o país. Su palabra. Esgrimimos así nuestro derecho a ser escuchados y tratados como personas importantes, como cualquiera. Hasta entonces no habíamos sido capaces de atentar contra los artilugios de tal o cual autoritarismo. Esa fuerza rezagada, cada vez más amontonada en el interior y con menos espacio para moverse, ha de manifestarse. El enojo nos avisa, en primera instancia: algo o alguien restringe tu persona, defiéndela, de ti, de otros, de ese algo. Y la ira, erupción, actúa a costa de lo que sea. Lo malo es que puede llegar a tener personalidad propia. Y puede también ser cobarde: desquitarse con los más débiles o indefensos. Pero nos espeta: si no lo haces tú, lo hago yo; si no te das tu lugar, te mostraré que debe hacerse, y a como dé lugar. Si nos hemos menospreciado a nosotros mismos, la ira actúa de igual modo. Si nos hemos respetado, y el menosprecio proviene de fuera, la ira recobra por la fuerza el lugar que se nos ha quitado con sutiles o manifiestas vejaciones, intrigas o la simple y llana indiferencia hacia nuestra existencia, los derechos que nos son propios, nuestra libertad.