sábado, abril 14

Elogio de la sonrisa

Una música cotidiana, capaz de superar al dramatismo tragicómico que en la vida muchos llevamos a cuestas como una joroba estorbosa: la sonrisa, que salva de la adversidad. No nos libera. Ni tampoco lo contrario. Más bien es el reflejo de un estado del alma, que deja deslizarse, a cuentagotas por el rostro, el gozo de disfrutar el presente. Sencillamente, sin cuestionarlo ni reclamarle nada, la sonrisa agradece al mundo por ser mundo, tal cual es. Sonreír es pactar un trato de paz con nuestras circunstancias. No deshace los nudos de la confusión como la risa –esa espada gordiana–, sino que es como un Cristo caminando sobre las aguas, o como un mosquito. Manifiesta nuestra fe en el tiempo.

sábado, marzo 17

El desencanto

Hay ocasiones en que se busca la tranquilidad a toda costa, al presentir el ruido que revolotea alrededor de una atmósfera pesada e irrespirable. Hay veces que el espacio nos parece tan liviano, tan enrarecido, que estamos a punto de dejarnos llevar por las circunstancias como si fuéramos partículas de polvo. Hay días, meses, estaciones en que no sentimos formar parte de lo que vemos, como si ni siquiera fuéramos capaces ni tuviéramos derecho de presenciar esa proyección vital en la pantalla, ajena a nuestra pesadez e incomprensible ante nuestra autocompasión. Se intuye que el remedio a ese sinsentido se halla en el espacio mismo que nos abruma. Y uno a veces se entrega a la paciencia y otras a la desesperación: o se resigna a la espera de un indicio de ruta que nunca parece llegar, o huye del tiempo. Somos los ojos asombrados de la naturaleza, hasta que llega el fantasma de la locura a confundir nuestros sentidos, nuestras realidades. No hablamos cuando hablamos, y lo que escuchamos nos suena retórico, falso e inútil. O si no, no hallamos cómo esa razón de otros nos conmueva (todos tienen la razón sobre todo, excepto uno mismo). Nuestros pensamientos no corresponden a nuestras palabras. No sentimos, o nunca habíamos sentido eso indecible, inexpresable, eso que no es amor u odio, sino ausencia. Nos contradecimos, nos subestimamos, nos representamos.
A nosotros nos fue dado el aprender a vivir, a inventarnos una imagen real o imaginada (una imagen que niega la nada; no imaginaria) de nosotros mismos, o el desencantarnos de la existencia. Si el encanto nos envuelve en un aura de plenitud, el desencanto mal comprendido –si acaso no percibimos en él una necesaria reconducción– nos despoja de aquello que alguna vez nos dio sentido, de aquello que pudimos apreciar con nuestros sentidos: el amor, el odio, la tristeza… un largo etcétera. El desencanto viene de la Nada y a ella nos conduce, es la voz sigilosa de la muerte (como toda muerte que conocemos los vivos: metafórica). Caminamos por calles, las mismas de siempre, que siempre descubrimos, o nos descubren, diferentes, ahora con un velo ocultándonos el misterio. Nada nos satisface ya. Nada sabemos sino el terror de descubrirnos hablando de lo que ignoramos. Apenas si nos queda ser testigos fieles de esa –esperemos redimible– vacuidad.


miércoles, enero 17

La espera

La espera es otra manera de comprender el paso del tiempo. Me gustaría afirmar que el tiempo no pasa, no existe, es una ilusión. En cierto modo es cierto, pero qué mejor que aceptar que el tiempo, existencia que es, y no propiamente convención, no imaginería colectiva, el tiempo somos nosotros mismos. Comprender el tiempo es sabernos tiempo. Si no nos diéramos cuenta de que este presente que vivimos, de que esta vida no es para siempre, no tomaríamos las grandes decisiones. En la medida en que aceptamos ese paso, esa irreversibilidad, somos intemporales. Paciencia, digo y me digo. Lo demás, el apuro, la angustia, el sofoco de verse inmiscuido en una realidad que parece no pertenecernos, o al contrario, rebasarnos, es tiempo en espera de imagen. Es que nosotros, a fin de cuentas, somos apenas imagen del tiempo.