miércoles, mayo 17

Brevedad

En pocas palabras decir lo mucho, en muchas palabras decir mucho más. El o los espacios en blanco de una página son un homenaje al silencio. Poemas de un solo verso, haikús o textos pequeñitos resaltan las más de las veces el espacio vacío. El propio vacío que somos, perplejos ante la inmensidad del universo. Podríamos bautizar al lenguaje más eficaz como aquel con la capacidad de generar –sin negligencia del decir– el silencio que espera al filo de la última letra o signo de puntuación.
Claro que se agradece leer esas novelas extensas, esos ladrillos que jamás nos aburren, que no somos capaces de abandonar. No dicen más de lo que quieren decir, y lo que dicen quizá nos acompañe mientras sorbemos el café de una taza y miramos la lluvia golpear la ventana. Aun las novelas más extensas, las imprescindibles, las logradas, son breves. Si dijeran más de lo que necesitan se volverían insoportables. Ahora que también novelas cortas como La tumba, El apando o Las batallas en el desierto nos otorgan un regalo: el tiempo necesario para conocer otras historias (o releer las conocidas). Experimentamos nostalgia por esos libros que en poco tiempo tanto nos dieron. Siempre queda un agradable resabio de los paisajes que vimos al trasladarnos por el hilo tenso de su teleférico. La brevedad se aplica a cualquier género, la brevedad según aquí se ha comprendido: una economía de lenguaje. Esta información, poca o mucha, con estos medios y de esta forma, me dan por resultado sólo y únicamente lo que quiero decir, lo que descubro querer decir al escribirlo.